Después de buscar buenas fuentes para escribir sobre la
felicidad, es fácil concluir que el tema ha dado para llenar de libros bibliotecas enteras. A mi me
gustan los autores que, por su profesión,
se dedican a resolver problemas relacionados con la felicidad y están en contacto con la parte más íntima del
ser humano, aquella a la que pocos acceden; donde se encuentra la verdad de
cada uno de nosotros y en la que conviven
lo bueno y lo malo del ser humano y, por tanto, también nuestro. En ese
interior del que ninguno podemos prescindir repercute, para alegría o tristeza nuestra, las
consecuencias de cada uno de nuestros actos, omisiones, pensamientos,
convicciones…, dejando posos más o menos duraderos de paz o de amargura, de serenidad o frustración, de
deseos de hacer el bien o de odio y rencor.
Muchos autores coinciden en que la felicidad no es un punto
de destino y que, por tanto, hay que aprender y aspirar a ser felices en el itinerario de
nuestra vida, todos los días, en las circunstancias en las que nos encontramos,
sean las que sean. Muchos psiquiatras resumen
esto diciendo que “no son las circunstancias de nuestra vida las que nos
hacen felices o infelices, sino cómo las interpretamos, cómo las vivimos en
nuestro interior y cómo reaccionamos “. Por eso nos encontramos personas que
ante una misma experiencia “negativa” reaccionan de forma muy distinta.
Nos ha tocado vivir en una época en la que se confunde la
felicidad con la alegría del animal sano, que tiene cubiertas sus necesidades y
placeres. Hoy día mucha gente, sobre todo los más jóvenes, piensa que la felicidad
está en disfrutar todo lo que se pueda comiendo, bebiendo, haciendo el “amor”, comprando…. pero
paradójicamente es occidente, el primer mundo,
donde mejor cubiertas están esas “necesidades” y donde más se visita al psiquiatra o al psicólogo,
más antidepresivos y medicamentos asociados se toma, y donde el número de
suicidios es más elevado. Quizás porque ese tipo de vida produce un modelo de
persona egocéntrica, sola, aunque tenga mucha gente al lado, con muchos miedos
fruto de ese sentimiento de profunda soledad. Porque los demás, y ella misma,
solo están para disfrutar. Se ha caído
en la trampa de “sustituir el sentido de la vida por sensaciones, que
normalmente lleva a comportamientos destructivos” (Marian Rojas)
Ya los filósofos griegos empezaron a cuestionarse sobre dónde
encontrar la felicidad. Las respuestas fueron múltiples y variadas, así
Pitágoras afirmaba que estaba en la armonía, para Sócrates consistía en
encontrarse a uno mismo; Platón la ubicaba en el amor, Aristóteles en el bien y
el bien es lo que todos apetecen, lo que es capaz de saciar la más profunda sed
del hombre. Para Epicuro ser feliz es pasarlo bien, disfrutar de la vida. Para
Séneca la felicidad está en la virtud, que consiste en el hábito de obrar bien.
San Agustín encuentra la felicidad en la alegría de estar en la verdad. Kant
cree que está más en la imaginación que en la realidad y Freud que se encuentra
en la satisfacción de las necesidades básicas del ser humano. Por último, Cervantes
piensa que no está en la posada sino en medio del camino. Se puede deducir que
estas respuestas no han variado mucho con el paso del tiempo
Como estamos en un blog sobre educación, voy a intentar resumir y sintetizar todo lo que ya había leído, escuchado, experimentado…para dar unos consejos sobre cómo educar a los hijos para que en el futuro disfruten de una felicidad razonable:
1. Los padres deben esforzarse para que haya un ambiente positivo en el hogar. Deben desdramatizar ante las dificultades; deben poner las luces largas y ver que los obstáculos nos hacen crecer (E. Rojas). De todo sale algo bueno, pero hay que querer y saber buscarlo.
2. Las emociones positivas incluyen la felicidad y otros sentimientos de bienestar. Son descritas como reacciones breves que típicamente se experimentan cuando sucede algo que es significativo para la persona. Actualmente hay suficientes datos para afirmar que las emociones positivas potencian la salud y el bienestar, favorecen el crecimiento personal, permitiendo sentimientos de satisfacción con la propia vida, tener esperanza, ser optimista y percibirse más feliz (Fredrickson, 2000, 2001; Fernandez-Abascal y Palmero, 1999). Incluso hay estudios que evidencian que la risa, la felicidad y el buen humor ayudan no solo a mantener sino también a recuperar la salud (Nezu, Nezu & Blissett, 1988). Existe suficiente evidencia para afirmar que las emociones positivas se relacionan con la longevidad (Danner, Snowden & Friesen, 2001), la percepción de buena salud en adultos mayores (Valliant, 2002), el desarrollo de la felicidad (Lyubomirsky, 2001), la competencia inmune (Charnetski & Brennan, 2001; Ornish, 1998), la recuperación cardiovascular y el adecuado afrontamiento al estrés y a la adversidad (Strumpfer, 2004).
3. En relación con lo anterior, es necesario que la comunicación entre padres e hijos sea habitualmente positiva y constructiva, en contraposición a una comunicación hiriente, autoritaria, humillante y comparativa.
4. En casa debe haber un ambiente constante de exigencia y afecto. La primera favorece una voluntad madura que ayudará a nuestros hijos a superar las dificultades a las que inevitablemente se enfrentarán en la vida y a realizar elecciones de calidad en el ámbito laboral, cultural y social. La segunda, sobre todo en los primeros años, les dará seguridad y equilibrio.
5. Hay que enseñar a los hijos, con nuestro ejemplo, a levantarse después de cada derrota, a que no se queden lamiéndose las heridas. Eso es la resiliencia que, según Boris Cyrulnik, es la virtud que nos lleva a “doblarnos sin partirnos”, a no quedarnos en el camino, a no detenernos por ninguna contrariedad, contribuyendo a una elevada autoestima y autoconcepto.
6. Hay que promover en los hijos lo que Martin Seligman identifica como “fortalezas de carácter”, que son rasgos o características psicológicas que se ponen de manifiesto en distintos momentos a través del tiempo, y sus consecuencias suelen ser positivas. Entre estas se encuentran el optimismo, las habilidades interpersonales (construir y mantener amistades), la fe, el trabajo ético (tiempo para los demás), la esperanza, la honestidad, la perseverancia y la capacidad para fluir (flow).
7. Por último, enseñar a comprender, perdonar y disculpar. Esto contribuirá a una deseable armonía interior y exterior.
Termino, como siempre, con una frase. En este caso de Erasmo de Rotterdam:
“La
felicidad consiste, principalmente, en conformarse con la suerte; es querer ser
lo que uno es.”
José Antonio de la Hoz