martes, 29 de enero de 2013

Carta de un hijo a su padre ausente

En los doce primeros años de vida los hijos ven a los padres como Dioses. Pasan a un segundo plano en los siguientes años y el puesto de referencia y guía lo ocupan los amigos. Cuando se tienen hijos volvemos a replantearnos el papel de nuestros padres y comprendemos cosas que antes no entendíamos. Por último, cuando por ley de vida desaparecen, los echamos de menos y recobran  sentido muchos de sus consejos y experiencias.

Hay circunstancias que dan valor a los consejos de los padres aunque, como todo el mundo, a veces se equivoquen y sean algo "pesados y repetitivos" :

1. Intentan ayudar a los hijos de forma desinteresada, por amor, sin esperar nada a cambio. Vamos, ¡que dan su vida por ellos!. Esto los hace especiales e insustituibles.
2. Han pasado por muchas situaciones parecidas a las padecidas por los hijos antes que ellos..., cuentan con más experiencia, aunque la sola mención de esta circunstancia les provoque cierta rebeldía.

Los padres son tan importantes que los niños/as que no los han tenido han visto marcadas sus vidas, su personalidad, su carácter, su confianza y su autoestima.

Toda esta introducción viene a cuento de que hace unos meses ví en un periódico la carta de un hijo a su padre desaparecido. El hijo cuenta actualmente con un muy buen puesto de trabajo en una importante empresa de energía. El padre tuvo una larga y meritoria trayectoria profesional y política. Al hijo lo conocí siendo estudiante del antiguo bachillerato, al padre siendo yo estudiante universitario con inquietudes políticas.

El padre falleció después de una larga y penosa enfermedad, dejando numerosísimos amigos y personas que lo apreciaron...Hasta sus más acérrimos enemigos lo respetaban. Cuando conocí al hijo estaba en plena adolescencia, con la rebeldía propia de la edad. La relación entre ambos pienso que habrá sido normal, o sea, con sus altibajos, pero con un profundo cariño y respeto.

En la carta de despedida el hijo deja entrever algunos sentimientos íntimos, que pueden ayudar tanto a padres dubitativos en su labor educativa, como a hijos que puedan estar pasando por la fase de desapego de los padres. Ahí va la carta, entrecomillada, tal y como apareció en la prensa (los subrayados y las negritas las he puesto yo):

"La última lección de un padre
Durante mucho tiempo en la vida se vive ajeno a las enseñanzas de nuestro padre. Padre, qué palabra tan majestuosa, encierra una gran dimensión, un gran enigma. Es esa figura que todos de niño hemos idolatrado, y que no sé por qué motivo el tiempo nos hace apocar de una manera frívola y banal, hasta el punto de ningunear  los mensajes que un padre manda durante toda la vida a un hijo, siempre llenos de grandes verdades, secretos y consejos vitales. 

Somos lo que nuestros padres han forjado de nosotros; nos han trasmitido sus gustos, nos han hecho saborear la vida en sus distintas dimensiones, nos han trasmitido su experiencia, sus éxitos, sus fracasos, sus miedos y sus bondades, conformando una gran cosecha de enseñanzas que se pone de manifiesto cuando un buen día dejas de recibirlas.El día que pierdes a un gran padre.  Ese día, a uno se le paraliza cuerpo y mente, incluso el alma, vas perdido buscando pero nunca encuentras, siempre con la conciencia de que ya no está. Y de que ahora te toca a ti, enfrentarte sólo a todos los problemas, los tuyos, incluso los suyos.
Y un buen día, cuando él no está para ayudarte, recibes un golpe, y al día siguiente otro, y sufres traiciones, eres víctima de frivolidades, ultrajes y pillería, navegas sin rumbo en una falsa calma aparente, te agobias, gritas, desesperas, y de repente, no sabes cómo ni de qué manera, tu padre se pone de manifiesto nuevamente en tu vida, como si esas enseñanzas emergieran del fondo del mar, intactas, impolutas, tan sabias, llenas de verdad, y es cuando todo cobra sentido. Y empiezas a recordar consejos recibidos desde niño, olvidados en un mar de recuerdos, pero que están ahí, y comprendes muchas cosas que hiciste a desgana, tantas cosas que te hicieron sentirte un incomprendido, una víctima, esfuerzos para ti absurdos, pero llenos de sentido.
He recibido muchas lecciones de mi padre, de todos los tipos, sobre la vida, sobre el trabajo, sobre la religión, sobre las personas, sobre la confianza, sobre el carácter, sobre la familia. Pero me faltaba la última lección. Antes de morir, mi padre, me transmitió varios mensajes, sin concatenación lógica aparente, que la vida me ha hecho descifrar con un sentido lógico, mensajes de maestro, de esgrimista, las claves de la Última Lección. Años antes de morir me decía, con cierta frecuencia, te falta la última lección

Gracias Papa, por tantas enseñanzas, porque no me has dado peces, me has enseñado a pescarlos, porque con tus consejos me levanto cada vez que tropiezo, por enseñarme a amar a la gente, a ayudar a los demás sin esperar nada a cambio,  y sobre todo gracias por haberme dado la vida, para seguir trasmitiendo esas enseñanzas, que fueron enseñanzas que tú también recibiste de tu padre, y que ahora entiendo y me comprometo a trasmitir. La última lección es el ejercicio práctico de todas ellas. El sufrimiento de perderte es parte de la felicidad de haberte tenido.
Yo sí que te quería y te quiero, Papá. "
No pongo el nombre del autor de la carta, por respeto.

A todos los padres les cuesta ver la cara de disgusto de sus hijos cuando les exigen, pero esa cara de disgusto se convierte en orgullo y valoración cuando pasan los años y los hijos se dan cuenta del sentido de aquellas exigencias y del AMOR con mayúscula que había detrás de ellas. Hay cierta frustración en ese tiempo de espera para recoger el reconocimiento a tantos esfuerzos a contracorriente, pero MERECE LA PENA.

1 comentario:

  1. tiene toda la verdad en sus palabras.... gracias por compartirla

    ResponderEliminar