viernes, 19 de febrero de 2021

Una reflexión sobre educación y felicidad

 




El 4 de enero de 2021, los telediarios  nos daban la noticia de una adolescente española  condenada a cadena perpetua en Omán por estar en posesión de 7 kilos de droga. Iba a trasladarlos a España, pero a pesar de haberse arrepentido y de haber comunicado a su camello que desistía, la detuvieron y la condenaron. No juzgo a la persona, a la que no conozco, pero si los hechos: una chica joven que busca un atajo para ganar una importante cantidad de dinero que le permita comprar y disfrutar de los placeres de la vida y, de esta forma, alcanzar la tan ansiada felicidad.

Otra noticia recurrente en estos días de COVID son las fiestas ilegales organizadas por famosos y no famosos, en las que una y otra vez ha tenido que intervenir la policía por incumplimiento de las normas aprobadas para luchar contra la pandemia.

A todos nos llaman la atención estos y otros comportamientos, que quizás  comentamos  solo cuando los medios de comunicación  ponen el foco sobre ellos. Pero el interés de estos medios no va más allá de  rellenar  horas de programación, ganar audiencia y obtener pingues beneficios publicitarios.

La vida no nos da para pensar mucho, porque todo va cada vez más rápido….hay que levantarse, asearse, llevar los niños al colegio, atender llamadas y más llamadas de teléfono, ir al trabajo, recoger a los niños, hacer la comida, limpiar la casa, hacer la compra, hacer la colada, ……uffff,…al final del día no nos quedan muchas ganas de pensar. Además, parece que los políticos y los medios de comunicación se encargan de decidir por nosotros sobre qué tenemos que pensar.

Pero volviendo al principio, la sociedad actual parece programarnos para que nos centremos en ganar dinero para comprar,  tener cosas y  “disfrutar de la vida” y sus placeres. A ello nos lleva los entre 3.000 y 5.000 impactos publicitarios que cada persona recibe al día, siendo los más eficaces los 90 televisivos  que cada uno de nosotros recibe de media. Y son estos últimos los que más influyen en la compra compulsiva, el placer inmediato, el tener …., sin que aparentemente haya un contrapeso que nos ponga los pies en el suelo y nos centre en “como somos”, en el ser.

Llevamos muchos años lanzando mensajes a los jóvenes que ponen el acento en lo inmediato, en las conductas impulsivas,….y cuando llega el momento –siempre llega- en el que es necesaria una respuesta madura y sacrificada de la sociedad, nos encontramos con una pobre capacidad de respuesta, con  individuos que esperan que el esfuerzo necesario lo hagan otros y que ellos sean la excepción, con un alto grado de frustración social por la exigencia de sacrificios no esperados ni deseados. Es en ese momento  cuando deberíamos darnos cuenta de que nos equivocamos, antes y ahora. No  podemos esperar respuestas generosas, solidarias, responsables, esforzadas  de  quien se ha educado para el consumo, o de quien no se le ha pedido cuentas casi nunca por sus errores,  o de quien se le ha enseñado, en la práctica, a pensar solo en él cediendo en la mayoría de sus caprichos, para que “no lo pase mal”.

Hace poco le di un pequeño repaso, de andar por casa, a los filósofos clásicos. Me gustó recordar a Platón y su Mito de la Caverna, recogido en su obra “La República”, escrita en el 380 a.c. Para los que no os acordéis, Platón describe en un diálogo de Sócrates con su hermano Glaucón  una caverna, con unos esclavos que lo son desde su nacimiento y que no han conocido otra cosa que lo que ven frente a sus ojos, reflejado en la pared, sin posibilidad de mover la cabeza hacia los lados. Detrás de ellos un muro y junto a él, en la parte que no ven los esclavos,  otros seres humanos pasando a lo largo del mismo, con figuras, a modo de marionetas, cuyas SOMBRAS se proyectaban en el muro que veían los esclavos, gracias a la luz de una hoguera….y fuera de la hoguera o caverna el mundo real.

Pues bien, usando el mito de la caverna de Platón, yo me pregunto ¿hemos hecho esclavos a varias generaciones de niños con una visión falsa de la realidad, con una antropología impuesta por unos pocos, que nos han engañado con sus marionetas? ¿Cómo les explicamos a muchos jóvenes que la visión de la vida que les han enseñado no les lleva, no nos lleva a todos, a buen puerto? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que hay que salir de la caverna en la que nos han metido? ¿Cuántos desvaríos van a ocurrir hasta que nos demos cuenta? ¿Cuándo aprenderemos a identificar a los que nos tratan como marionetas?...., porque estamos en una sociedad en la que no están de moda valores como el esfuerzo, la generosidad, la valentía, la solidaridad, el control de la impulsividad, los límites al placer, la perseverancia en el esfuerzo, la responsabilidad….., que son los que nos dan estabilidad, seguridad como persona y como sociedad,….valores que han sido sustituidos por la gratificación instantánea, el éxito fácil, los programas basura que buscan el beneficio fácil, el consumismo, el deseo insaciable de placer (hedonismo), el sexo en todas sus versiones, incluidas las que se consideraban enfermizas (actúa como piensas o terminarás justificando como actúas),  el comer y el beber desordenado (y los catedráticos de salud pública avisando de la relación entre cáncer y obesidad,….),….en fin, todos los sentidos satisfechos, felicidad instantánea, propia del animal sano, ….y un gran vacío interior que , en muchas ocasiones, se torna en violencia.

El cambio no va a venir desde arriba, tal y como está configurada la política hoy día, el cambio va a venir del esfuerzo individual de cada uno de nosotros y de nuestras familias, por abrir los ojos a la realidad, por quitarnos la venda y ver que llevamos muchos años por el camino que no es. Hay que mirar dentro de nosotros y ver si estamos conformes con nuestros valores, los nuestros, no los del vecino. Tenemos que ver si tenemos paz interior y si damos paz y serenidad en nuestro entorno. El cambio es posible, pero depende de nosotros.

En esta ocasión termino con dos frases, la primera de Platón y la segunda de Rabindranath Tagore:

El hombre es un auriga que conduce un carro tirado por dos briosos caballos: el placer y el deber. El arte del auriga consiste en templar la fogosidad del corcel negro (placer) y acompasarlo con el blanco (deber) para correr sin perder el equilibrio. (Platón)

Cada criatura, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios todavía no pierde la esperanza en los hombres (Rabindranath Tagore)

José Antonio de la Hoz

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