jueves, 16 de abril de 2015

¿Hay una forma inteligente de querer a los hijos?

El ser humano tiene capacidad de amar y necesita aplicarla a algo o alguien porque le resulta imposible no querer. Mientras vivimos vamos eligiendo  a qué y a quién queremos y esa elección tiene consecuencias para nosotros mismos y lo querido, ya sea persona o cosa.  A título de ejemplo, no genera los mismos efectos la lectura habitual de un buen libro  que el consumo frecuente de alcohol; como tampoco tiene las mismas consecuencias querer a una persona por lo que se recibe de ella, que el amor desinteresado, aunque solo sea por aquello de que “hay más alegría en dar que en recibir”.

Una vez hecha esta introducción me interesa pararme en el amor de los padres a los hijos. Es un amor necesario para el correcto desarrollo de la persona, como hemos visto en otras entradas de este blog  (véase http://goo.gl/4rAlk7 ), pero un amor no pasado por el tamiz de la razón puede ser pernicioso, para los padres y para los hijos.

La mejor forma que tiene una madre o un padre de manifestar su amor a los retoños es desearles lo mejor, ayudarles a conseguir las capacidades, competencias, hábitos y habilidades que les ayuden a construir una vida de calidad, para ellos mismos y para los que estén en su entorno. Que puedan elegir su futuro con el menor número de condicionantes  internos posible. A esto le llamo  AMOR A LARGO PLAZO, por contraposición al AMOR A CORTO PLAZO que proporciona una felicidad momentánea, pobre, pasajera, que produce un arraigo más o menos fuerte a las propias debilidades, que genera dependencias físicas o emocionales o que mutila para hacer frente  -con ciertas garantías de éxito-  a los retos que siempre planteará la vida.

Soy muy amigo de la aventura y veo, si puedo, aquellos programas de televisión con esta temática. No hace mucho una conocida humorista era la protagonista de uno de ellos. A lo largo de varios días tuvo que recorrer algunos kilómetros a pie, remar en kayak, dormir en una tienda de campaña varias noches , para luego poder disfrutar de bellísimos paisajes, ver osos, gozar observando majestuosos glaciares, ríos y lagos, etc. Pero para lo segundo hacía falta cansarse remando y corriendo, adquirir una mínima condición física, soportar algo de frío, etc. Al final del programa estaba feliz y entendió perfectamente que su pereza y comodidad podía llevarle a no poder realizar elecciones maravillosas. Se despidió agradecida, habiendo aprendido la lección y con la siguiente frase, dirigida al conductor del programa, que es un conocido aventurero:  “no solo has cambiado mi vida sino la de mi familia”, dando a entender que aumentaría el nivel de exigencia a sus hijos, para que pudieran ampliar su abanico de posibilidades y, con ello, ser más felices.

Pues bien, el AMOR A LARGO PLAZO  es aquel que lleva a los padres, en el día a día, a pensar en las consecuencias de sus decisiones sobre la educación y la felicidad de sus hijos, que no serán otras que su mayor o menor capacidad  de elegir metas, su mayor o menor autonomía, la cantidad y calidad de  hábitos, competencias, capacidades y habilidades adquiridos en su proceso de formación, etc. Hay que revisar, a título de ejemplo, los caprichos innecesarios que concedemos a los hijos en el día a día, dónde ponemos el listón de la exigencia, porque ellos querrán bajarlo siempre, incapaces de valorar que estás buscando su felicidad. Ellos solo valoran el corto plazo, aunque pasados los años se acuerden, para bien o para mal, de cómo los educastes. Es la historia de siempre.

Me da pena ver a algunos padres de adolescentes que, desde que estos eran niños:
  • Le llevan el desayuno a la cama 
  • Les dejan que se queden en la cama al menor contratiempo
  • Ceden fácilmente ante su llanto caprichoso o ante cualquier chantaje emocional
  • Se ponen siempre de su parte sin contrastar datos
  • No les exigen, desde pequeños, un horario de trabajo.
  • Hacen poco o nada por controlar sus impulsos
  • Le retiran la comida que no les gusta para cambiársela por otra, etc

Creo que el mensaje está claro, pero quiero terminar con una situación real, muy gráfica,  que se produjo en la Universidad de Berkeley a final de los años 40. Seleccionaron a 92 niños de  3 y 4 años y los metieron en un aula; un profesor le dio  a cada niño una chocolatina con la promesa de darle otra más si no se la había comido mientras se ausentaba un tiempo. Sale de la clase y cuando vuelve unos se la habían engullido y otros no. Estos niños fueron  estudiados 50 años después y, resumiendo,  se obtuvieron los siguientes datos, entre otros: el 80% de los que no se comieron la chocolatina tenían cargos de responsabilidad y la tasa de divorcios era cuatro veces mayor entre los que se comieron la chocolatina.

La pregunta es ¿cuántas “chocolatinas”, sin criterio, no asociadas a ningún esfuerzo o merito , les das a tus hijos cada día? Pues eso, cuando tomes decisiones que les afectan PIENSA EN EL MODELO DE PERSONA QUE ESTAS CREANDO. Elabora CRITERIOS, consensuados con tu cónyuge, adaptados a su edad y que les ayuden a crecer como personas. Todo ello bien compaginado con manifestaciones habituales de cariño y afecto.

Termino, como siempre, con dos pensamientos, uno de José Antonio Marina, filósofo y pensador :  “Debemos proponer al niño metas asequibles, que pueda conseguir, pero difíciles, para que sientan la emoción de tener éxito” . La otra de Angela Lee Duckworth (investigadora de la Universidad de  Pensilvania): “El rasgo de personalidad de las personas que llegan lejos en la vida, es la DETERMINACIÓN”

José Antonio de la Hoz


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