El
ser humano tiene capacidad de amar y necesita aplicarla a
algo o alguien porque le resulta imposible no querer. Mientras vivimos vamos eligiendo a qué y a quién queremos y esa elección
tiene consecuencias para nosotros mismos y lo querido, ya sea persona o cosa. A título de ejemplo, no genera los mismos efectos la lectura habitual de un buen libro que el consumo frecuente de alcohol; como
tampoco tiene las mismas consecuencias querer a una persona por lo que se
recibe de ella, que el amor desinteresado, aunque solo sea por aquello de que “hay más alegría en
dar que en recibir”.
Una
vez hecha esta introducción me interesa pararme en el amor de los padres a los
hijos. Es un amor necesario para el correcto desarrollo de la persona, como
hemos visto en otras entradas de este blog
(véase http://goo.gl/4rAlk7 ), pero
un amor no pasado por el tamiz de la razón puede ser pernicioso, para los padres y para los hijos.
La
mejor forma que tiene una madre o un padre de manifestar su amor a los retoños es
desearles lo mejor, ayudarles a conseguir las capacidades, competencias,
hábitos y habilidades que les ayuden a construir una vida de calidad, para ellos mismos y para los que estén en su entorno. Que
puedan elegir su futuro con el menor número de condicionantes internos posible. A esto
le llamo AMOR A LARGO PLAZO, por contraposición al AMOR A CORTO PLAZO que
proporciona una felicidad momentánea, pobre, pasajera, que produce un arraigo
más o menos fuerte a las propias debilidades, que genera dependencias físicas o
emocionales o que mutila para hacer frente -con ciertas garantías de éxito- a los retos que siempre planteará la
vida.
Soy
muy amigo de la aventura y veo, si puedo, aquellos programas de televisión con
esta temática. No hace mucho una conocida humorista era la protagonista de uno
de ellos. A lo largo de varios días tuvo que recorrer algunos kilómetros a pie,
remar en kayak, dormir en una tienda de campaña varias noches , para luego poder disfrutar de
bellísimos paisajes, ver osos, gozar observando majestuosos glaciares, ríos
y lagos, etc. Pero para lo segundo hacía falta cansarse remando y corriendo, adquirir una
mínima condición física, soportar algo de frío, etc. Al final del programa estaba
feliz y entendió perfectamente que su pereza y comodidad podía llevarle a no
poder realizar elecciones maravillosas. Se despidió agradecida, habiendo
aprendido la lección y con la siguiente frase, dirigida al conductor del
programa, que es un conocido aventurero: “no
solo has cambiado mi vida sino la de mi familia”, dando a entender que
aumentaría el nivel de exigencia a sus hijos, para que pudieran ampliar su abanico de posibilidades y, con ello, ser más felices.
Pues
bien, el AMOR A LARGO PLAZO es aquel que
lleva a los padres, en el día a día, a pensar en las consecuencias de sus decisiones
sobre la educación y la felicidad de sus hijos, que no serán otras que su mayor o menor capacidad
de elegir metas, su mayor o menor autonomía, la cantidad y calidad de hábitos, competencias, capacidades y habilidades adquiridos en su proceso de formación, etc. Hay que revisar, a título de ejemplo, los caprichos innecesarios que concedemos a los hijos en el día a día, dónde ponemos el listón de la exigencia, porque ellos querrán bajarlo siempre, incapaces de valorar que estás buscando su felicidad. Ellos solo valoran el corto plazo, aunque pasados los años se acuerden, para bien o para mal, de cómo los educastes. Es la historia de siempre.
Me da pena ver a algunos padres de adolescentes que, desde que estos eran niños:
Me da pena ver a algunos padres de adolescentes que, desde que estos eran niños:
- Le llevan el desayuno a la cama
- Les dejan que se queden en la cama al menor contratiempo
- Ceden fácilmente ante su llanto caprichoso o ante cualquier chantaje emocional
- Se ponen siempre de su parte sin contrastar datos
- No les exigen, desde pequeños, un horario de trabajo.
- Hacen poco o nada por controlar sus impulsos
- Le retiran la comida que no les gusta para cambiársela por otra, etc
Creo
que el mensaje está claro, pero quiero terminar con una situación real, muy
gráfica, que se produjo en la
Universidad de Berkeley a final de los años 40. Seleccionaron a 92 niños de 3 y 4 años y los metieron en un aula; un profesor le dio a cada niño una chocolatina con la promesa de
darle otra más si no se la había comido mientras se ausentaba un tiempo. Sale
de la clase y cuando vuelve unos se la habían engullido y otros no. Estos niños
fueron estudiados 50 años después y,
resumiendo, se obtuvieron los siguientes
datos, entre otros: el 80% de los que no se comieron la chocolatina tenían
cargos de responsabilidad y la tasa de divorcios era cuatro veces mayor entre
los que se comieron la chocolatina.
La
pregunta es ¿cuántas “chocolatinas”, sin criterio, no asociadas a ningún
esfuerzo o merito , les das a tus hijos cada día? Pues eso, cuando tomes decisiones que
les afectan PIENSA EN EL MODELO DE PERSONA QUE ESTAS CREANDO. Elabora CRITERIOS,
consensuados con tu cónyuge, adaptados a su edad y que les ayuden a crecer como
personas. Todo ello bien compaginado con manifestaciones habituales de cariño y afecto.
Termino,
como siempre, con dos pensamientos, uno de José Antonio Marina, filósofo y
pensador : “Debemos proponer al niño
metas asequibles, que pueda conseguir, pero difíciles, para que sientan la
emoción de tener éxito” . La otra de Angela Lee Duckworth (investigadora de la
Universidad de Pensilvania): “El rasgo
de personalidad de las personas que llegan lejos en la vida, es la
DETERMINACIÓN”
José
Antonio de la Hoz
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