jueves, 27 de agosto de 2015

El paso del tiempo no educa a los hijos

Hace unos meses  unos amigos, ambos licenciados universitarios y con una posición económica acomodada, venían a pasar el fin de semana en Granada. Tienen tres hijos, un niño de corta edad, un  preadolescente y un adolescente recién estrenado. Pasé con ellos unas  horas distribuidas en varias tardes, en las que comimos, cenamos, visitamos Granada e  hicimos senderismo.

El hijo mayor no me llama especialmente la atención. Es un adolescente que empieza a buscar su criterio sobre las cosas, con algunos rasgos de rebeldía normales en su edad. El pequeño si  atrae mi interés, por su forma de comportarse: se opone continuamente a cualquier indicación de los padres, manifiesta conductas claramente asociales –en la mesa y con los demás-, amaga con pegar o pega a los padres, hermanos o cualquiera que le lleve la contraria, es muy caprichoso - a veces cruel- y algunas cosas más. Es, en palabras de los padres, una bomba andante.

El último hijo, el pequeño de la familia, suele disfrutar de más concesiones y mimos y, tal vez por eso, puede costar más su educación.

Lo primero que hay que hacer cuando nuestro hijo manifieste estos síntomas es descartar que sean debidos a algún tipo de trastorno. Esto puede resolverse en una consulta con el pediatra.

 El comportamiento relatado puede deberse a un TDAH y da la casualidad de que estoy colaborando – con un amigo experto en la materia- en un curso on line sobre TDAH, dirigido a funcionarios encargados de valorar discapacidades. Le comenté a mi amigo el caso,  pocos días después, para ir clarificando las posibles causas  y me dijo lo siguiente:

  • El niño es muy pequeño todavía para hacer una valoración pero apunta maneras, ya que hay datos del entorno escolar que confirman un comportamiento similar al de la casa. El TDAH se diagnostica cuando aparecen unos síntomas en dos entornos diferentes (ej: familiar y escolar), además de otros requisitos.
  • Hay que analizar el estilo educativo de los padres. Una corrección tibia de los comportamientos señalados va conformando una personalidad egoísta, autoritaria, agresiva, asocial…., con un primer punto inflexión en la adolescencia, que puede ser un auténtico calvario para los padres, si no actúan  adecuadamente en la infancia.

En cualquier caso hay que corregir y educar. Recuerdo una escuela de verano que diseñé y dirigí. La coordinadora estaba desesperaba con el comportamiento de un niño de cinco años y me llamó pidiendo consejo. Fui al colegio y comprobé que el niño “se las traía”; corría de un lado a otro de la clase sin hacer caso de nada ni de nadie. Lo saqué de clase y me lo llevé al patio del colegio, le abrí la puerta y – como no- salió a correr, esperando que yo lo siguiera. Cuando comprobó que no era así se dio la vuelta y volvió con la intención de volver a entrar en clase. Le dije que no entraba, le expliqué los motivos y le puse como condición que pidiera perdón y que obedeciera a la profesora. Me dijo que no y yo le dije que no volvía a clase. Lloró y pataleó, pero a las dos horas estaba callado y dispuesto a pedir perdón y obedecer. Sus buenas intenciones duraron dos días, al cabo de los cuales hubo que repetir la estrategia, que duró quince minutos y con más tiempo de eficacia. Tenía claro que el niño no podía cansarme a mí. Era él quien  debía cansarse y cambiar.

El problema para algunos padres es que quizás no disponen de esas dos horas o  ceden con cierta facilidad por no oír al niño o se sienten abrumados por su "sufrimiento". Quizá ven la actitud del niño como algo pasajero, que se solucionará con el tiempo como por arte de magia, sin ser conscientes de que ellos tienen la responsabilidad de ese cambio.

Con lo anterior quiero hacer ver lo siguiente:

  • No podemos ceder ante los comportamientos de nuestros hijos de corta edad que no van. Se está forjando su personalidad, que no puede ser agresiva, caprichosa, egoísta,… porque influirá en todos sus entornos el resto de sus vidas: en su relación con profesores, amigos, jefes, vecinos, pareja y, por tanto, en su nivel de felicidad. En las capacidades que logre desarrollar y, por tanto, en las metas que pueda alcanzar, etc.
  • Un llanto, un lloro, una reacción agresiva ante una corrección son las armas de un niño de corta edad para conseguir lo que quiere y se atempera con la estrategia adecuada. A unos les valdrá mandarlos  a un rincón de la casa o a una habitación, diluyendo así el chantaje emocional. Otros necesitarán perder temporalmente un juguete. Cada uno conoce a su hijo. 
  • Los avances y mejoras hay que premiarlos con detalles de afecto y reconocimiento, para reforzar el cambio
  • Los dos padres deben ir a una. Si uno desautoriza al otro estamos perdidos. Si uno exige y reprende y el otro se enternece no hacemos nada.
  • Adelantarse a los acontecimientos, por ejemplo en las rabietas por hambre o sueño.
  • Razonar con el niño en frío y explicarles cual es el comportamiento correcto que se espera de ellos (antes de entrar en un supermercado, en una pastelería, etc). En caliente solo vale actuar

Termino, como siempre, con una frase. En este caso de John Ruskin (1819 -1900), crítico y escritor británico: 

"Educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía."

José Antonio de la Hoz



viernes, 14 de agosto de 2015

Con el placer hay muchas cosas en juego

Desde hace un tiempo, no mucho, le sigo los pasos a un afamado y joven cocinero con tres estrellas Michelín. Cuando lo ví por primera vez me llamó la atención su aspecto, muy alejado del habitual en la hostelería. Apareció en  un conocido programa de aventura y me sorprendió su forma de ser y de expresarse . En el manifestaba que “era y es claro y directo” y que eso le había  causado algunos problemas. Parece ser que es un icono de la moderna cocina española y los iconos me atraen porque revelan cosas importantes sobre la sociedad que los sacraliza.

Hoy he entrado en la web del restaurante que regenta . Es algo distinta y transmite, desde el principio,  los valores en los que  asienta su trabajo, que son: amor por las cosas bien hechas,  sacrificio, exclusividad, creatividad, innovación”, constancia, paciencia …y algo de provocación. Ha trabajado mucho para alcanzar  el éxito, de forma merecida, desde el emprendimiento y la fe en lo que hace. Su profesión no ha sido un camino de rosas, con jornadas de trabajo de 16 horas de lunes a domingo.

En algún momento habla de que quiere que su negocio no sea solo un restaurante; busca que sus clientes "alucinen". Realmente un restaurante tiene éxito si los que comen en él salen satisfechos, es decir, disfrutan. Pero ese disfrute, y es a lo que voy, es muy necesario en algunos momentos de la semana, del mes y del año, pero no debe pasar de ser un medio y convertirse en un fin, cosa que ocurre en las sociedades occidentales, sin que quizás seamos conscientes del precio que pagamos por ello.

Quiero y deseo que haya cada vez más buenos profesionales de la cocina en España, con prestigio internacional, y en el resto de sectores,  pero también que el placer tenga el sitio adecuado porque nos jugamos mucho todos.

El placer es necesario, pero mal enfocado, - y lo está cuando se convierte en un fin en si mismo- , nos centra en nosotros mismos y convierte a todo lo que nos rodea que no sea placentero en algo a evitar, eliminar, suspender, mitigar,... generando modelos de  comportamiento que nos hunden en la preocupación, cuando no en la angustia, cada vez que vemos un telediario o abrimos un periódico. Todos tenemos experiencia de que cuando suben las horas de placer sube la impulsividad, disminuye el autocontrol, aumenta la agresividad, baja el esfuerzo, anida el egoísmo y con él los comportamientos más o menos disruptivos con nuestro entorno y las personas que están en él. El problema es que el consumo de placer no es algo pasajero en los países desarrollados; está instalado en la vida cotidiana del que esto escribe y del resto de congéneres, con una tendencia clara a doblarnos el pulso. Ha dejado de ser un medio necesario para el equilibrio personal, con límites éticos, para ser "el objetivo", con límites débiles,  muy difusos -quizás solo los legales y con tendencia a sobrepasarlos-, desfigurados por innumerables justificaciones.

A pocos les preocupan que las televisiones, en busca de una mayor audiencia, no establezcan barreras morales en sus contenidos siempre que “distraigan” y “entretengan”, ...aunque luego nosotros o nuestros hijos bajemos el listón de humanidad en nuestra relación con los demás, por mimetismo con lo que se ve. A los hijos se les exige poco y se les pone escasos límites  “porque tienen derecho a disfrutar”, todavía son pequeños, aunque pasados los años suframos a un adolescente autoritario y egoísta, que hemos ido forjando con empeño y dedicación. Los profesores deben mandar pocos deberes, para que “los niños tengan tiempo de jugar”. A los adolescentes les debemos explicar que es el sexo y “cómo usarlo de forma segura y placentera”. Para que no molesten en la ciudad les construimos botellódromos. Y así podríamos seguir, poniendo ejemplos prácticos de como el “hedonismo” se ha convertido en un contravalor que se incrusta con naturalidad en nuestra vida ordinaria, en pequeñas cosas, sin percatarnos del peaje que se paga a corto, medio y largo plazo que no es otro que - a modo de ejemplo- el miedo y la desconfianza hacia los demás y, si me apuras, la angustia y la desazón, que empieza por presentir que nuestros hijos nos verán como un estorbo cuando alcancemos la  vejez.

Cada vez más  nos abrumamos, escandalizamos, acongojamos, alarmamos, asustamos…con noticias que ponen de manifiesto la brutalidad de la que es capaz el ser humano. Hace unos días un conquense asesinaba a dos mujeres jóvenes y las enterraba en cal, una señora tiraba a la basura a su hijo recién nacido, otra degollaba a su hijo de tres meses, un señor asesinaba a sus dos hijas, etc. Es verdad que también sigue habiendo gente con comportamientos ejemplares, pero hay números que reflejan una sociedad con problemas, como  el número creciente de divorcios, el aumento de las agresiones de hijos a padres, la mayor  incidencia de enfermedades mentales, el aumento del  alcoholismo en los jóvenes, la violencia de género desmadrada a pesar de poner medios y dinero sin fin , etc. Parece que la sociedad se desestructura sin que quizá seamos muy conscientes del por qué. Pues bien, una de las razones es el hedonismo que lleva al egoísmo que, a su vez,  desestabiliza a la persona y sus vínculos y diluye - por mera incompatibilidad- los valores que pueden ayudarle a levantarse.

Una sociedad egoísta, hedonista, consumista,... tiene poco futuro si no rectifica. Lo malo es que la rectificación a veces no es pacífica, porque en este modelo social "todo el mundo defiende lo suyo" y pocos piensan en el interés general. Así no es de extrañar aquello tan evangélico del "pueblo contra pueblo, nación contra nación, padre contra madre, hijos contra padres..." De cambiar esto somos responsables todos, cada uno con los medios que tiene a su alcance y en su entorno más cercano. Podemos elevar el listón de la exigencia y del esfuerzo a nuestros hijos - sin olvidar el cariño y el afecto-, podemos hacer mejor nuestro trabajo, podemos señalar menos a los demás como la causa de nuestros males y revisar nuestro carácter, nuestros defectos, para ver como los podemos limar algo. Podemos cambiar el chip y pasar de esperar a que los demás y la sociedad haga algo por nosotros a hacer nosotros algo más por nuestra familia, nuestro cónyuge, nuestros hijos o nuestros vecinos. Podemos preguntarnos cual era la fuente de los valores que apreciábamos, que echamos de menos en los demás pero que quizás tampoco vivimos nosotros.

En la vida hay un ingrediente con el que hay que convivir con naturalidad, que se llama contrariedad, esfuerzo, dolor, sacrificio. No es un drama no poder consumir lo accesorio o consumirlo menos. Es bueno ser conscientes que las cosas funcionan con el esfuerzo de todos. Las puertas de la auténtica felicidad se abren hacia afuera, cuando salimos de nosotros mismos y pensamos en los demás, en lo que tenemos y no tienen otros, y no solo en lo que no tenemos; cuando regalamos tiempo y recursos, cuando somos solidarios, generosos, pacientes, compasivos, comprensivos, etc. El placer "fuera de lugar" es un espejismo de felicidad momentánea que exige estímulos cada vez mas fuertes y que nunca llena, mejor dicho, llena de vacío y soledad.

Un placer sin control, sin normas, sin ética que lo limite, genera una persona que se autolimita, sin voluntad - o con una voluntad mermada - para alcanzar metas de calidad y, por tanto, con menos libertad entendida como la capacidad de elegir la mejor opción que, casi siempre, es la más costosa. Comprarle a nuestros hijos la "piruleta" que ha visto en la cola del supermercado, para acallar su barraquera, unida a otras cesiones parecidas en cosas pequeñas y cotidianas , es hipotecar poco a poco su futuro.

Cuando nos MIRAMOS MENOS EL OMBLIGO, nosotros iremos mejor y la sociedad irá mejor. Cuando rescatemos con el ejemplo de cada uno, -que es la mejor forma de empezar a cambiar la sociedad-,los valores que vivían nuestros abuelos, colocaremos entre todos el número de barbaridades en cifras normales y sustituiremos el miedo a los demás, por confianza y esperanza.

Claro que el esfuerzo por ser una persona que valga la pena es insostenible sin una cosmología. Como decía un ilustre “socialista” de mi ciudad: “no podemos quejarnos de que no haya valores en la sociedad si hacemos esfuerzos denodados por cargarnos a las instituciones que los sostienen” o, dicho de otra forma, los valores no los sostiene el hombre sino  alguien que lo trascienda y que no esté sujeto a los movimientos pendulares de los que está llena la historia de la humanidad, que nos han llevado a las mayores barbaridades, sin que aprendamos demasiado de ellas.

No queremos el “corsé” de lo objetivo, de la verdad, pero sufrimos las consecuencias del dogma de la subjetividad. Así nos va y los que nos queda por ver, si Dios no le pone remedio, que lo hará. Mientras tanto, ojala que el esfuerzo y dedicación que pone el chef al que hacía referencia lo pongamos también  tu y yo en ser mejores personas para que todos sintamos que vivimos en una sociedad de calidad y con valores.

Termino, como siempre, con una frase. En esta ocasión de Daniel Bell, profesor  emérito de sociología de la Universidad de Harvard:

"El hedonismo, la idea de placer como modo de vida, se ha convertido en la justificación cultural, si no moral, del capitalismo"

José Antonio de la Hoz


En la educación de los hijos no hay vacaciones

Hace una semana visitaba a un pariente mío que trabaja como orientador en un Instituto. Está casado y tiene un hijo con cinco años y una niña con siete. Después del habitual saludo e intercambio de información, me comentaba que todos los días les dedica una hora a sus dos hijos  para, entre otras cosas,  fomentar en ellos el hábito de leer y repasar contenidos del curso.

En España comienza un nuevo curso escolar en septiembre y la primera evaluación cuesta si no se han mantenido ciertos hábitos de trabajo durante las vacaciones. No se trata de poner a los niños a estudiar si o si sino de mantenerlos ocupados; ver con ellos, cada noche, que van a hacer al día siguiente.

El pariente al que mencionaba sabe que en la educación de los hijos no hay vacaciones y que esta tarea va de lo siguiente:
  • Crear y desarrollar hábitos y capacidades escolares, sociales, etc. Para lo cual es necesario dedicación y práctica diaria. Pasar un verano sin hacer nada es un retroceso en el camino y costará más que los hijos empiecen bien el curso. Hablamos de hacer deporte, ayudar en casa con encargos y arreglos, leer algún libro adecuado a su edad, repasar contenidos del curso que acaba de terminar, ir viendo algún contenido del próximo curso -especialmente de matemáticas, lengua e idioma extranjero -, participar en algún campamento o similar, visitar algún museo o espacio cultural con la familia o amigos, etc.
  • Fomentar valores en sus hijos, con el ejemplo,  la asignación de tareas y el seguimiento de su desempeño. Me consta que él tiene un día lleno de actividades dónde entran desde su reciclaje profesional, hasta la solidaridad con los demás, pasando, como se ve, por el cariño a sus hijos dedicándoles tiempo. También hace deporte con su mujer, echa una mano en casa, etc. Todo menos sentarse y dejar pasar el tiempo viendo televisión.
  • Exigir y querer a los hijos. Exigirles  conlleva establecer -de forma consensuada con el cónyuge-  actividades y tareas diarias para que ocupen su tiempo. Esto se hace asignándoles pequeños encargos, corrigiendo, manteniendo la exigencia, supervisando el desempeño, comunicándose con ellos en positivo, sin humillar, sobre temas pendientes no vistos a fondo durante el curso,  etc. Dentro de ese tiempo pueden cultivar sus aficiones, siempre que no sea pasar las horas muertas delante del ordenador, televisión o videoconsola.
  • Animar a los hijos a cultivar las relaciones con la familia secundaria, con los amigos, vecinos, etc. El verano es un buen momento para poner el acento en este aspecto. Hay que ayudarles a  hacer planes contando con los demás. Es una buena forma de fomentar las habilidades sociales. Se les puede ayudar preparando alguna pequeña fiesta en casa con cualquier excusa.

Estamos a mediados de agosto y queda tiempo para ponerse a trabajar en estos puntos si hasta ahora no se ha hecho. Cada hora dedicada a un hijo/a tiene sus frutos. Todos tenemos más o menos claro el mensaje pero nos cuesta ponerlo en marcha o nos pilla cansados/as si continuamos trabajando en verano. ¿Qué podemos hacer?. Podemos animar a nuestros hijos a que hagan una plan por escrito de lo que van a hacer al día siguiente y supervisarlo, de forma distinta a cada edad. Os animo, mediante vuestros comentarios en esta entrada a que me compartáis cada uno lo que hacéis.

Termino, como siempre, con una frase. Esta vez de Baltasar Gracián: “Lo único que realmente nos pertenece es el tiempo: incluso aquel que no tiene otra cosa lo tiene”

José Antonio de la Hoz