martes, 28 de enero de 2014

Personalidad dependiente: ayudando a tus hijos a no ser esclavos



Hay personas que son dependientes, que es lo mismo que decir que necesitan de la aprobación de la familia, de los compañeros de trabajo, de los amigos….Esperan que otros tomen las decisiones por él  Su objetivo es ser aceptados por los integrantes de los grupos de los que forman parte y esto termina condicionando su forma de actuar y, lo que es más grave, su libertad.  Hacen las cosas por  y para agradar al resto….y algunos del “resto” aprovechan esta debilidad para su propio beneficio. El dependiente termina agotado de las relaciones sociales y aislado.

 Pocas veces disfruta, porque termina haciendo lo que los demás quieren. No tiene fuerza para defender su propia opción,  cuando de elegir algo se trata, o de intercambiar opiniones, porque es esclavo del juicio ajeno. No defiende lo que piensa, en los grupos de los que forma parte opta por planes ajenos, no elige lo que desea…, está en manos de los demás. No se siente a gusto consigo mismo porque es consciente de que está  demasiado condicionado.

Todos nos sentimos condicionados a la hora de tomar decisiones, pero el dependiente supera a la media y esto afecta a su autoestima, a su desarrollo personal y a su felicidad.

La personalidad dependiente tiene múltiples manifestaciones. Aquí van algunas:
  • Ser muy sensible  a la crítica y a la desaprobación. Tener dificultades para expresar desacuerdo por  temor a perder apoyo
  • Sentir la necesidad de estar acompañado, cuidado o protegido en todo momento. Sumarse a planes ajenos porque son muy escasos los propios o, simplemente, no existen. Se siente desamparado cuando está solo, por sus temores exagerados.
  • Poca iniciativa y creatividad.
  • Ausencia de motor propio a la hora de tomar decisiones. Se necesitan estímulos externos (que alguien o algo lo motive)
  • Pocas metas y objetivos, por falta de seguridad en la propia capacidad para alcanzarlos…
  • Por todo lo anterior, BAJA AUTOESTIMA

Ser dependiente es ESTAR ATADO CON CADENAS o, lo que es lo mismo,  SER ESCLAVO y añadir un plus de sufrimiento innecesario a nuestras vidas, porque indirectamente la controlan los demás y las circunstancias,  y tenemos limitada una de las cualidades que nos definen como seres humanos, LA LIBERTAD.

¿Qué pueden hacer los padres para evitar que sus hijos desarrollen una personalidad dependiente?:
  • Evitar la excesiva dependencia respecto de la opinión de los demás (vecinos, hermanos, familiares…) Hay padres para los que  ese es el principal argumento al actuar de una determinada forma  y así lo transmiten a los hijos. Quizás hay que cambiar el argumentario y centrarlo en la bondad, necesidad o moralidad… de los propios actos.
  • Hay que enseñar a los hijos a convivir con los demás, pero no a ser esclavos. Por eso es importante entrenarse y entrenar a los hijos en habilidades sociales como:
    • La negociación: especialmente la estrategia Ganar – Ganar
    • La asertividad: saber manifestar y perseguir lo que uno quiere de forma adecuada
    • El control de la emotividad (muy relacionada con la asertividad): hablar sin levantar la voz, respetando a los demás, controlando la ira, etc.
    • La comunicación: enseñar a debatir y argumentar. Hay que crear el clima adecuado en casa, propiciando la comunicación y la escucha activa con los hijos.
  • Cimentar bien la autoestima de los hijos:
    • Poniendo metas difíciles pero asequibles y vigilando su cumplimiento
    • Evitando comparaciones y juicios personales (no sirves, no vales, aprende de tu hermano, ojalá fueses como tu primo,….lo anterior se puede sustituir por: puedes hacerlo, tienes capacidad, te quiero con tus defectos pero tienes que: “esforzarte”,  “poner más interés”, etc.)
    • Dejando que tenga iniciativa, ayudando a que se levante cuando se equivoque (resiliencia), estimulando la toma de decisiones, relativizando el error, etc.
    • Ayudándole a tener una voluntad fuerte: horario de estudio, puntualidad al levantarse, comer de todo, encargos en casa, orden en la habitación, terminar todo lo que se empieza,  etc.
    • Aseo y cuidado personal (lavarse, peinarse, limpieza de dientes, cuidado de ropa y calzado, etc.) El cuidado y mejora del aspecto exterior es una forma rápida de mejorar el propio autoconcepto. 
Añado algunas ideas, que ya recogí en la  reciente entrada a este blog con el título "Convivir con un adolescente", que también nos dan pistas sobre el aumento de personas dependientes:
1.       “…Los padres también contribuyen a demorar este proceso que va de la adolescencia a la madurez ya que les hemos infantilizado; les damos todo hecho a los hijos, los metemos en una burbuja, y eso favorece el retraso de su autonomía”

2.        “..Es como si ambos quisieran perdurar un poco más como padres de esos hijos tan deseados y ellos como hijos dependientes de esos padres” Manuela del Palacio (psicóloga , presidenta de la sección de educación del Colegio de Psicólogos de Galicia)

3.       “…muchos nuevos jóvenes encuentran cada vez más difícil definir su identidad al tener padres con rasgos adolescentes. …Son padres que tienen miedo a poner límites y que se sienten culpables si lo hacen y a veces se olvidan de que alguien tiene que ser el adulto”.

4.       “…el principio del hedonismo está tan en boga en la sociedad actual que muchísimos adultos tienen rasgos de adolescentes”

Terminó con una frase de Enrique Rojas: "Educar a un hijo es ayudarle a ser una persona libre e independiente, a que alcance la mejor versión de si mismo..."

       José Antonio de la Hoz


lunes, 27 de enero de 2014

Exigir a cada hijo lo que puede dar...¡y no más,...ni menos!

A lo largo de mi vida profesional me he encontrado a padres con sentido común,  realistas, con los pies bien plantados en el suelo, con la suficiente humildad para admitir que su hijo tenía unas cualidades muy normales, tirando a bajas. También he hablado con otros que culpaban del mal rendimiento de sus hijos a los profesores, cuando uno de los  ”problemas”  era que su vástago era limitado pero ellos no lo aceptaban y, por eso, no se buscaban soluciones partiendo de la realidad.

En la motivación de un estudiante juegan un papel primordial las expectativas de conseguir un objetivo que le viene marcado desde fuera, por el sistema educativo. De ahí que sea muy importante que los padres presten especial atención a su hijo en los primeros años de colegio, sobre todo en lo referente al desempeño en las materias instrumentales (matemáticas y lengua), a la creación de hábitos de estudio y al acompañamiento, con una actitud de intervenir ante los primeros indicios de que el niño se queda atrás, porque cuando esto ocurre, sus expectativas de alcanzar los objetivos que se le plantean disminuyen y , con ellas, la motivación para trabajar, sencillamente porque nadie se esfuerza en conseguir algo inalcanzable.

Otro tema importante es ajustar las exigencias de rendimiento a las capacidades de los hijos. Casi todos los estudiantes pueden aprobar si se ponen los medios adecuados, pero no todos pueden aspirar al sobresaliente. Si a un niño/a de aprobado o notable  le pido el sobresaliente, puede que termine suspendiendo, porque exigirle más de lo que puede dar puede desmotivarlo y paralizarlo.


Por tanto, lo primero es que los padres pongan los medios para que sus hijos alcancen un adecuado rendimiento académico, con especial atención a los primeros años. Después hay que ser objetivos con sus límites y capacidades, para exigirles metas difíciles pero asequibles. En tercer lugar, hay que estar atentos a los problemas para actuar, si se puede, antes de que aparezcan. Por último, si se han puesto los medios, hay que quedarse tranquilo ante los resultados, dar más importancia al trabajo y al esfuerzo y querer al hijo sin condiciones. No forma parte del exigir el retirar el cariño al niño o humillarlo porque no obtengan los resultados que a nosotros nos gustarían.

martes, 21 de enero de 2014

¡Si gritas habitualmente a tus hijos... algo va mal!

En el trabajo, en la casa, en la comunidad de vecinos, por la calle, a través del teléfono, …los anuncios en televisión, los profesores de mis hijos, una multa, una mancha en la cafetería, una avería del coche, las rebajas, un cliente, un amigo, un compañero, el marido, la mujer, los padres, los hermanos,… son lugares, circunstancias y personas de los que diariamente recibimos estímulos para tomar decisiones, que ocupan nuestro tiempo y nuestra cabeza, hasta el punto de crear colas de tareas que se acumulan, nos estresan, nos cansan y nos ponen de los nervios.  El orden y la jerarquía nos ayudan a gestionar nuestro tiempo, a tomar las riendas de nuestra vida y evitar que la dedicación a las circunstancias ordinarias y extraordinarias nos acaben influyendo negativamente en el carácter y en la calidad de la relación con nuestros hijos y nuestro cónyuge. Un síntoma de que no gestionamos bien nuestra vida es la FACILIDAD PARA GRITAR en casa ante problemas insignificantes y de forma habitual.

Si dejamos que el estrés entre en nuestras vidas, si no asumimos que no podemos atender a todas las personas que quieren algo de nosotros cada día, si no nos cuidamos para estar bien con los nuestros, si no controlamos nuestra impulsividad ante los estímulos diarios que tratan de restarnos tiempo, si no elaboramos y vivimos criterios que deslinden lo importante de lo urgente, si no jerarquizamos nuestras obligaciones, si no somos los suficientemente humildes para constatar que tenemos unos límites, si no cuidamos el sueño y nuestra dedicación al cónyuge y a los hijos, si no buscamos un tiempo cada semana para descansar,   si no tomamos nota de lo que tenemos que hacer para quitarnos presión interior, si no aceptamos que las cosas no salen siempre como queremos o planeamos… entonces nuestra vida será un caos, en ella navegará la conflictividad interior y exterior, contará con poca paz,….perderemos con facilidad los nervios y provocaremos daños en nuestros seres queridos.

Lo anterior me sirve de introducción al siguiente post del blog Hands Free Mama, traducido por Marina Velasco Serrano para http://www.huffingtonpost.es/ . Lo inserto literalmente, entrecomillado:

Me encantan las notitas que me escriben mis hijas, ya estén garabateadas con rotulador en un post-it o escritas con perfecta caligrafía en papel cuadriculado. Pero el poema para el Día de la Madre que mi hija mayor me escribió la pasada primavera me emocionó especialmente.
Fue la primera línea de este poema la que me dejó sin respiración un segundo antes de que las lágrimas empaparan mis mejillas.
Lo importante de mi madre es... que siempre está ahí para mí, hasta cuando me meto en líos.
Resulta que no siempre ha sido así.
En mitad de mi agitada vida diaria, llegó un punto en el que empecé a actuar de una manera muy diferente a la forma en que me había comportado hasta entonces. Me convertí en una gritona. No es que lo fuera siempre, pero llegaba a ser excesivo, como si un globo muy hinchado explotara de repente y asustara a todo el mundo de alrededor.
Pero, ¿qué hacían mis pequeñas de 3 y 6 años para que yo me pusiera así? Quizás insistían demasiado en salir corriendo a por tres collares de cuentas más y a por sus gafas de sol rosas favoritas aunque ya fuera tarde. O intentaba echarse ella misma sus cereales y vertía la caja entera por la encimera de la cocina. O se le caía al suelo y destrozaba mi bonito ángel de cristal, ese que sabía que no debía tocar. O se negaba a dormirse cuando lo único que yo necesitaba era paz y tranquilidad. O peleaban por cosas ridículas como quién era la primera en bajarse del coche o quién podía coger el trozo más grande de helado.
Sí, eran este tipo de cosas: cosas de niños, descuidos, percances y actitudes que me irritaban hasta el punto de llegar a perder el control.
Os puedo asegurar que no es fácil escribir esto. No es un periodo de mi vida que me guste recordar porque, a decir verdad, en esos momentos me odiaba mucho a mí misma. ¿En qué me había convertido? ¿Por qué tenía que gritar a esas dos criaturitas a las que quería más que a mi vida?
Os voy a contar cuál era el problema: mis distracciones.
Un uso excesivo del teléfono, demasiados compromisos, miles de notas con cosas que tenía que hacer y esa búsqueda de la perfección me consumían. Había perdido las riendas de mi vida y lo pagaba gritando a la gente a la que más quería.
Por algún lado tenía que explotar. Era inevitable. Así que estallaba de puertas para dentro, en compañía de las personas que lo eran todo para mí.
Hasta que un día ocurrió algo que me hizo cambiar.
Mi hija mayor se había subido a un taburete para coger algo de la despensa cuando sin querer tiró un paquete de arroz al suelo. A medida que un millón de granos diminutos caían al suelo como si de lluvia se tratara, los ojos de mi hija se llenaron de lágrimas. Fue ahí cuando me di cuenta de que era miedo lo que se veía en sus ojos, pues ya se había mentalizado de que le iba a caer una regañina de su madre.
Me tiene miedo, pensé. Eso fue lo más doloroso. Mi hija de 6 años teme mi reacción por su inocente error.

Llena de tristeza, me di cuenta de que no era la madre que quería para mis hijas, y de que no quería seguir siendo así el resto de mi vida.

Unas semanas después de este episodio, comenzó mi recuperación; ese momento doloroso me animó a crear el proyecto Hands Free (manos libres) para evitar las distracciones y aprovechar lo que realmente importa. Esto fue hace tres años: tres años de desintoxicación del exceso de distracciones en mi vida... tres años para liberarme de las expectativas inalcanzables y de la obligación social que me presionaban para hacerlo todo. Desde que tengo menos distracciones internas y externas, la rabia y el estrés se han ido disipando poco a poco en mi vida. Con una carga mucho más ligera, he sido capaz de reaccionar ante los despistes de mis hijas de una manera mucho más calmada, comprensiva y razonable.

Empecé a decir cosas como: "Solo es sirope de chocolate. Lo puedes limpiar y la encimera quedará como nueva", en vez de lanzar un suspiro desesperado y una mirada asesina.
Decidí que era mejor ayudarlas a barrer los montones de cereales que cubrían el suelo en vez de lanzarles miradas de desaprobación e irritación.
Me di cuenta de que prefería ayudarla a recordar dónde había dejado sus gafas en vez de regañarla por ser tan irresponsable.
En los momentos en los que el agotamiento y las continuas exigencias se estaban llevando lo mejor de mí, me dirigía hacia el cuarto de baño, cerraba la puerta e inspiraba y espiraba recordándome a mí misma que solo eran niñas, y que los niños cometen fallos. Exactamente igual que yo.
Con el tiempo, desapareció el miedo que se instalaba en los ojos de mis hijas cuando hacían algo mal. Afortunadamente, me convertí en un refugio en mitad de los problemas, en lugar de ser el enemigo de quien había que huir a esconderse.
No estoy segura de si me habría planteado escribir sobre esta profunda transformación de no haber sido por el incidente que ocurrió cuando estaba a punto de terminar de escribir mi libro. En aquel momento, sentí que la necesidad de gritar volvía a oprimirme. Estaba acabando los últimos capítulos de mi libro cuando el ordenador se bloqueó. De repente, todos los cambios que había hecho en tres capítulos enteros desaparecieron ante de mis ojos. Atacada, me pasé unos minutos intentando recuperar la última versión del documento. Viendo que eso era imposible, intenté mirarlo en la copia de seguridad, pero descubrí que el error interno también se había producido ahí. Cuando asimilé que nunca recuperaría el trabajo que había estado haciendo en esos tres capítulos, quise ponerme a llorar. Sentía una rabia indescriptible.
Pero no pude desahogarme porque era la hora en que tenía que recoger a las niñas del colegio y llevarlas a natación. Sin perder los nervios, cerré mi portátil y me di cuenta de que había cosas mucho peores que lo que me acababa de suceder. Entonces me dije que no podía hacer absolutamente nada para solucionar el problema en ese momento.
Cuando mis hijas se subieron en el coche, inmediatamente supieron que algo iba mal. "¿Qué te pasa, Mamá?", me preguntaron al unísono al ver mi cara lívida.
Tenía ganas de chillar "¡acabo de perder un cuarto de mi libro!".
Tenía ganas de darle un puñetazo al volante porque estar ahí sentada era lo último que quería hacer en ese momento. Quería irme a casa y tratar de recomponer el libro, no llevar a las niñas a natación, escurrir bañadores mojados, cepillarles el pelo enredado, hacer la cena, lavar los platos y acostarlas.
En cambio, lo único que dije fue: "Me cuesta un poco hablar ahora. Acabo de perder una parte de mi libro. Y prefiero no hablar porque estoy muy frustrada".
"Lo sentimos mucho", dijo la mayor en nombre de las dos. Y entonces, como si supieran que necesitaba espacio, fueron todo el camino calladas. Y así siguió nuestro día. Aunque estaba más callada de lo normal, no grité e hice todo lo que pude por abstenerme de darle vueltas al tema del libro.
El día ya casi había acabado. Había metido a la pequeña en la cama y me tumbé junto a la mayor para hablar un poco como hacíamos cada noche.
"¿Crees que podrás recuperar los capítulos?", me preguntó.
Y ahí sí que empecé a llorar, no tanto por los capítulos (pues sabía que podría reescribirlos), sino para desahogarme. Estaba tan agobiada por lo de escribir y editar el libro... Había estado tan cerca del final que haber perdido esos capítulos era verdaderamente decepcionante.
Para mi sorpresa, mi hija se acercó a mí y me acarició el pelo con suavidad. Trató de tranquilizarme diciéndome cosas como: "Los ordenadores pueden llegar a ser muy frustrantes", "Si quieres, puedo echar un vistazo a la copia de seguridad" y, por último, "Mamá, tú puedes hacerlo. Eres la mejor escritora que conozco. Te ayudaré en todo lo que pueda".
En ese momento de colapso, ahí estaba ella, paciente y comprensiva, animándome cuando más destrozada estaba.
Mi hija no habría tenido esa respuesta empática si yo hubiera sido una histérica. Porque al gritar se impide la comunicación, se cortan los lazos; la gente se distancia en vez de unirse.
Lo importante es... que mi madre siempre está ahí para mí, hasta cuando me meto en líos.

Mi hija escribió eso sobre mí, una mujer que pasó por un periodo de dificultades del que no está orgullosa, pero del que pudo aprender.
Lo importante es... que nunca es demasiado tarde para dejar de gritar.
Lo importante es... que los niños saben perdonar, especialmente si ven que la persona a la que quieren intenta cambiar.
Lo importante es... que la vida es demasiado corta como para enfadarse porque los cereales se han vertido o porque los zapatos no están bien colocados.
Lo importante es... que no importa lo que pasó ayer, pues hoy es un nuevo día. Hoy podemos elegir una respuesta más pacífica.
Y con ella, podemos enseñar a nuestros hijos a crear puentes de paz, puentes que pueden ayudarnos cuando tengamos problemas.

El libro de Rachel, 'Hands Free Mama', describe exactamente cómo la autora transformó su vida distraída, perfeccionista y agobiada en una llena de gratitud, paz y vínculos importantes."

José Antonio de la Hoz



jueves, 9 de enero de 2014

Yo juzgo, tu juzgas, el juzga...

Algunas personas manifiestan su alegría en las redes sociales por la enfermedad de un conocido dirigente político. Me conecto a Internet y me encuentro a una seguidora de ese partido quejándose de tal actitud y arremetiendo contra ellos. Algunos comentan su reflexión y arremeten contra todo y todos los que tengan algo que ver con los que se alegraron. Parece que TODOS SON IGUALEs, ...¡los del otro bando claro!

Una vez más, en este país, pensamos – yo me incluyo- con las vísceras; atacamos los puntos débiles y la incoherencia de los demás pero pasamos por alto lo que hacemos nosotros, y no caemos en la cuenta de que también tenemos puntos débiles y muchas incoherencias, probablemente las mismos que criticamos. Todos venimos con defectos de fábrica.

Los mismos que critican que alguien se alegre de la enfermedad del compañero del partido, decían barbaridades ante el accidente, hace unos meses, de una señora del partido contrario. No pretendo colocarme como paradigma de la perfección porque en mi vida, como en la de todos, hay incoherencias y debilidades. Esta realidad me ayuda a ser menos estricto y más compasivo y condescendiente con los defectos de los demás, ya que lo contrario sería injusto. Digo que me ayuda, lo cual no implica que a veces no caiga en esto mismo que estoy criticando. Así somos.

Un repaso a nuestra vida nos hace percatarnos de esas dos realidades: nos resulta fácil criticar a los demás y justificarnos nosotros ante iguales o similares comportamientos. Todo funcionaría mejor si volcáramos nuestra tendencia a enjuiciar sobre nosotros mismos, de forma constructiva, con deportividad, para mejorar no para desmoronarnos, para ser más humildes, no para ahorcarnos como Judas, para ser más compasivos con nosotros mismos y con los demás. Seguro que vivimos más tranquilos, estamos mejor por dentro y los demás disfrutarán más y mejor de nuestra amistad.


Pues nada, una idea más para vivir en casa y transmitirla a los hijos, como siempre con el ejemplo. Esto no es incompatible con juzgar y exigir cuando tal actitud sea intrínseca a nuestra profesión, posición o rol, como es el caso de un educador, profesor, padre, policía…, pero seguro que lo haremos de otra forma

José Antobio de la Hoz

martes, 7 de enero de 2014

La paciencia todo lo alcanza

Hace unos meses estuve por Ávila y visité, entre otros lugares,  los dos conventos por los que pasó Santa Teresa de Ávila:  el de la Encarnación, donde pasó 27 años de su vida, y el de San José, fundado por ella. En este último vi una poesía suya impresa en una estampa, junto a su imagen, y la compré. Cuando regresé a casa la dejé encima de una estantería, junto a otros papeles, y volví a verla  mientras ponía un poco de orden, aprovechando la Navidad. La poesía, incompleta,  dice lo siguiente:

Nada te turbe, 
nada te espante, 
todo se pasa, 
Dios no se muda;
la paciencia 
todo lo alcanza; 
quien a Dios tiene 
nada le falta:
Sólo Dios basta.

A mí me reconforta bastante leerla y meditarla, sobre todo cuando vienen las preocupaciones propias de la vida, pero también la veo como un buen inicio para hablar de la paciencia, sobre todo en un mundo en el que prima la inmediatez, donde todo parece estar al alcance de un clic, en el que la palabra que triunfa es “Ya”.

Pues bien, hay metas que requieren de un esfuerzo mantenido durante un tiempo y la paciencia nos ayuda a no decaer cuando hay que retrasar la recompensa y esperar para ver los frutos. Está muy relacionada con mantener el esfuerzo sin perder la esperanza, hasta conseguir lo que buscamos. El que la tiene sabe esperar los resultados que, como dice Santa Teresa cuando afirma que “la paciencia todo lo alcanza”, siempre llegan si no nos agobiamos.

Por eso es muy importante que los padres exijan a los hijos que terminen lo que empiezan, que no salten de una cosa a otra sin acabar nada. Cuando terminan las cosas recogen los frutos del esfuerzo en forma de motivación y de predisposición para seguir ganando batallas, alcanzando metas valiosas. En definitiva, les ensañan a ser pacientes y saber retrasar los frutos del esfuerzo, sin abandonar a mitad de camino porque parece que el premio no llega o se retrasa.

También podemos hablar de paciencia si se trata de aguantar en la vida cuando “vienen mal dadas”. Aquí la santa también nos habla con sabiduría cuando nos dice que “todo se pasa”. La sabiduría popular  dice lo mismo cuando afirma que “no hay mal que cien años dure”. Llegados a este punto también  me vienen a la memoria unas palabras de Toni Nadal,  sobre su sobrino, que son las siguientes: “es el jugador que más partidos gana jugando mal, porque se sobrepone a la adversidad”. También me parece interesante esta otra idea suya: “he sido un entrenador más preocupado de la formación del carácter que de la formación técnica. Así le ha ido, …todavía no ha aprendido a sacar”



En fin, me doy por satisfecho si algunos padres son más conscientes de que inculcar esta virtud, hábito o predisposición en sus hijos es importante para alcanzar metas profesionales, personales y sociales.

José Antonio de la Hoz

lunes, 6 de enero de 2014

Enseñar a dar las gracias


A Granada se le llama la “Ciudad de los Cármenes” . Tuve el honor  de pedirle a Don Antonio Gallego Morell, que fué  ilustre Rector de su Universidad,  una definición de la palabra “Carmen”, muy enraizada en esta ciudad,  y me respondió que es “Una casa cercada, ubicada en los barrios históricos de Granada, con jardín, y heredera de los huertos de deleite que los árabes tenían en la ciudad”

Pues bien, esta tarde he estado comiendo con unas amigas en el Carmen de la Victoria, que fue  primero una residencia de estudiantes marroquíes (Casa de Marruecos) ligada a la Escuela de Estudios Árabes, luego un Colegio Mayor, y hoy Residencia de invitados de la Universidad de Granada. Sus frondosos y cuidados jardines  sumados a las privilegiadas vistas de la Alhambra, ponen a cualquiera en paz consigo mismo y con el mundo. Pues bien, este día tan redondo me ha llevado a pensar sobre la importancia de ser agradecidos.

Para que lo que nos rodea funcione hace falta gente que haga bien las cosas. Unos han vivido antes que nosotros y otros son contemporáneos. Este día de hoy ha sido redondo porque en todo el trayecto recorrido y en  los servicios disfrutados, han dejado su huella muchas personas que han hecho y hacen bien su trabajo. Me refiero a albañiles, pintores, electricistas, camareros, conductores de autobús, jardineros, barrenderos,  etc.  A todos habría que hacerles llegar un sentimiento profundo de agradecimiento.

No está de más que a veces caigamos en la cuenta de que estamos rodeados de mucha gente que hace bien las cosas y nos facilita la vida. La fórmula universal de manifestar agradecimiento es tan sencilla como decir “Gracias” muchas veces al día. Gracias a tu pareja por ser un trabajador responsable que cumple diariamente con  su trabajo y aporta unos ingresos necesarios a la casa, gracias a tu pareja que hace una comida de la que disfrutas diariamente, gracias a tus padres por prestarte diariamente su tiempo, su esfuerzo y su cariño, gracias a los profesores que se esfuerzan cada día por compartir contigo su saber, gracias a tus amigos que te llaman para compartir contigo su tiempo, ….etc. Digo esto porque vivimos tan rápido que no caemos en la cuenta. También porque, en una sociedad como la nuestra, a veces nos miramos demasiado el ombligo y solo pensamos en lo que “los demás deben hacer por nosotros”, sin descubrir que pueden elegir hacerlo bien, mal o regular y son muchos los que lo hacen de forma aceptable, con frío, con calor, con ganas o sin ellas.

Dar las gracias es un gesto de justicia, de madurez, de educación y de respeto. Si pensamos un poco, con este gesto contribuimos a motivar al que hace bien las cosas, luego dar las gracias también es un síntoma de inteligencia.

También se puede dar las gracias con un gesto, con una palabra amable, con una propina,… de mil maneras. Además, el que da las gracias recibe, a la larga, mejor trato que el egoísta miope. Es una habilidad social indispensable.


Es bueno que los padres recuerden periódicamente a sus hijos que no son el centro del mundo. Que hay mucha gente que les facilita la vida y que deben corresponder dando las gracias y contribuyendo ellos a hacer mejor la sociedad. La mejor lección es, como siempre, Fray ejemplo. Yo puedo y debo  mejorar en este aspecto, todos podemos hacer algo más. Para empezar podemos elegir una persona cada día, a la que habitualmente no le damos las gracias y dárselas, empezando por los más cercanos.

José Antonio de la Hoz

jueves, 2 de enero de 2014

¿Beben, .... los amigos de tu hijo/a?

Acabo de leer un interesante artículo de Pilar Guembe y Carlos Goñi en el que describen las escasas alternativas de ocio con las que cuentan los adolescentes de hoy. Ese es el motivo de que lo escriban con el título “O bebes o te vas”, para resumir las dos opciones que ofrecen muchos grupos de amigos.  Desde mi humilde punto de vista, quizás habría que ir más allá con el título, para ampliarlo a  “O bebes, fumas, esnifas…. o te vas”.

Estrené mi etapa de docente en una ciudad con un clima maravilloso durante todo el año, en la que se disfrutaba  de una las mejores medias nacionales en temperatura y horas de sol. Los lugareños disponían y disponen de una aceptable renta per cápita que, combinada con un nivel formativo mejorable, daba como resultado una ciudad llena de sucursales bancarias y lugares de alterne en determinadas zonas de la provincia. A este panorama habría que añadir aspectos socioculturales muy positivos como el esfuerzo, la iniciativa, el riesgo o el emprendimiento.

Trabajaba en un centro concertado y me tocó bregar con situaciones de consumo y tráfico de drogas , que desaparecieron en el primer año de estancia. Algunos alumnos implicados me comentaban que “les ofrecían sustancias” en muchas discotecas y pub de la zona. Uno de estos alumnos era hijo de un miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado, al que tuve que informar de que su hijo consumía y vendía sustancias en el centro, detallándole los sitios de compra, que fueron clausurados una semana después.

Lo descrito anteriormente ocurría hace más de 15 años y la sociedad parece que va avanzando en esos temas, pero a peor.

Recuerdo una conversación con una amiga. Hablábamos de su padre, que fue subdirector de un prestigioso centro educativo. Comentaba que su padre les sacaba el forfait de temporada a todos los hijos y les acompañaba casi siempre a esquiar. No está la economía para copiar el modelo, pero propiciar que nuestros hijos adolescentes practiquen algún deporte, con cierta dedicación, incluso que compitan, es una opción que marca distancias con el consumo de bebidas u otras sustancias.

Hay grupos de familias que se ponen de acuerdo para facilitar que sus hijos practiquen algún deporte, haciendo turnos para acompañarlos a las competiciones, creando ellos mismos competiciones,  etc. Está claro que el deporte no es el remedio definitivo contra la afición a la bebida, pero ayuda. Un buen ambiente en casa, cuidar las situaciones de fracaso escolar, mantener una buena comunicación con los hijos, pulir el estilo de autoridad, son el necesario complemento, pero aun cumpliéndose estas condiciones las alternativas de ocio de los adolescentes no suelen ser muy creativas.

Una de las mejores alternativas que he conocido son los clubes juveniles, con monitores jóvenes y de calidad, puestos en marcha por padres o instituciones privadas, con actividades atractivas. Yo fui unos años monitor de uno de estos clubes donde había acampadas, deportes varios, actividades culturales, etc. Cubría  gran parte del tiempo de ocio de los asociados y se complementaba con actividades formativas. El modelo funcionaba si los monitores eran buenos y sabían de qué iba la historia. Ellos eran el modelo para los más jóvenes.


Medios para el ocio, modelos de ocio, espacios de ocio, valores, ejemplos, …no anularán las “probatinas” de los adolescentes a las que tanto temen los padres, ni la influencia negativa de algunos iguales, pero ayudan.