Las últimas décadas del siglo
pasado y los primeros años del presente, nos han traído la urgencia permanente
por la eficiencia. En la empresa nos exigen producir más y mejor en el mismo
espacio de tiempo. En la ciudad nos tocan el claxon a la mínima de cambio o nos insultan, al vecino le molesta tal o cual cosa, los hijos quieren un permiso para una cuestión que te consultan cinco minutos antes, etc. Los demás nos exigen, en
muchos casos, la rapidez y perfección que ellos no incluyen en su decálogo de
autoexigencia… y nosotros hacemos lo propio con el resto del mundo. Todo nuestro entorno parece reclamarnos prisa y más prisa a la
hora de hacer las cosas; hasta para pasarlo bien y descansar hay que ir
acelerados. Tanto es así que, a nivel internacional, está triunfando un “movimiento
Slow”, que defiende la vida más calmada, compartida con un sano estrés…, el suficiente
para estar atentos a lo que hacemos y nada más.
Las prisas nos llevan,
permanentemente, a estar pendiente de lo urgente y a dejar lo importante, hasta
que en nuestra vida o en la de los nuestros aparecen los inevitables “rotos”,
que no hemos podido o no hemos querido ver llegar, porque estábamos absorbidos
por el trabajo, las rutinas diarias y/o ... el cansancio. Lo mismo que las grietas de la roca se van produciendo por gotas de agua que la van abriendo en canal, poco a poco, hasta dejarlas
convertidas en arena, nosotros vamos dejando de lado la reflexión y las decisiones en temas importantes de nuestra vida. Que valioso es distinguir lo importante de lo urgente,
pero para eso necesitamos SILENCIO y reflexión....quizás. también descanso.
Esta vida tan ajetreada y
estresada va acompañada de una sociedad cada vez más huérfana de valores. Esto implica,
en general, menos calidad personal y relacional. El conflicto y la ruptura es cada vez más fácil y natural. Sin darnos cuenta, sin reflexión personal, sin ayuda porque quizás "lo sabemos todo"- ¡es hacer lo de todos los días!, nos decimos- , taladramos los pilares de nuestra vida, entre los que se encuentra nuestra familia, e hipotecamos nuestra felicidad y la de los nuestros.
Con este panorama, que nos puede incumbir más o menos, queda poco
tiempo para pararse a pensar sobre el discurrir de nuestras vidas y las de los
que nos rodean, o sea, de nuestro cónyuge y de nuestros hijos. Sin embargo, un
mínimo análisis es necesario para tomar decisiones correctas y el análisis
exige SILENCIO, tranquilidad, serenidad, ausencia de ruido en el entorno,
tiempos personales para la reflexión y, también, para la salud. Los psiquiatras
le llaman a esto los “hábitos de salud mental”. Desconectar de la rutina, de lo urgente, para pensar en lo trascendente, en lo importante.
Todos tenemos que corregir cosas,
porque todos somos falibles y susceptibles de mejora. Precisamente por eso
necesitamos ratos periódicos, pequeños cada semana y más extensos cada mes o
cada trimestre, para pensar; en la propia existencia, en la de los que me
rodean, en rutinas equivocadas, en cosas que van bien o en otras que podrían ir
mejor. Pero para eso hace falta parar, centrar la cabeza,desconectar...¡SILENCIO!.
El MEDIO para conseguirlo puede ser la asistencia a una actividad que me permita dejar a un lado las preocupaciones diarias y ver mejor las nubes de nuestra vida, que pueden convertirse en tormenta.
Esas actividades pueden ser la
asistencia a una conferencia para padres, para la que siempre tenemos pereza,
pero que no defrauda nunca. Nos aporta frescura de ideas y nos sirve para contrastar nuestras vivencias con las de otros padres. También puede
servir la asistencia a una conferencia sobre nutrición, adolescencia, hábitos
saludables…impartida por un especialista en nuestra ciudad. Un rato de deporte, un pequeño viaje, un rato de lectura sobre un tema importante, una buena película que me ayude a pensar... Son espacios de
reflexión, de alejarnos del problema de cada día y de poner lejanía, para
PENSAR, CORREGIR Y MEJORAR. Son las herramientas para conseguir el silencio.
Es oro líquido una escapada
periódica con el cónyuge. Mejor sin niños. Larga, corta o mediana. Si fallan
los recursos se puede sustituir por una comida o cena a solas…, o, porque no,
con unos bocadillos en el monte. Hay miles de alternativas, solo hay que
empeñarse y hacer huecos, ineludibles pero necesarios, en nuestro tiempo, que
terminan siendo momentos de crecimiento propio y ajeno.
También son necesarios los
momentos solos, pero solos de verdad, acompañados por nosotros mismos y nada
más. A veces la pertenencia a algún club social facilita actividades que hacen
posibles estos momentos (ejemplo: sala de lectura, acompañados de un buen libro). Algunas instituciones
religiosas también ponen a nuestra disposición días de retiro y examen, que ayudan hasta al más ateo. Otros hacen un tramo del Camino de Santiago. Que
cada uno busque su opción…., pero hay que pensar serenamente, cada cierto
tiempo, para hacer contabilidad, para corregir el rumbo propio y el de nuestros
hijos, para plantearnos metas. Y esto, el ruido y el estrés diario no nos lo
permiten.
Para que estos tiempos de
silencio salgan hay que planificarlos, con flexibilidad. Puede estar previsto
uno y luego aprovechar la oportunidad de otro. Para mejorar el papel de padres
podemos preguntar por las actividades programadas en el centro escolar de
nuestros hijos. Para otros temas podemos enterarnos de quién organiza
conferencias en nuestra ciudad, con buenos profesionales, esos que son timoneles sin proponérselo, con un prestigio bien ganado (ejemplo: la agenda de actividades del periódico
local) o, para los creyentes, la Iglesia, ese retiro de unos días... También se puede estar atento a las
peñas deportivas de nuestro barrio (senderismo, viajes,…), a nuestro club
social, etc. Hay que alejarse de la rutina diaria y buscar el silencio,… cada uno lo que necesite. También
el descanso, pero eso lo dejamos para otro post.
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