viernes, 14 de agosto de 2015

Con el placer hay muchas cosas en juego

Desde hace un tiempo, no mucho, le sigo los pasos a un afamado y joven cocinero con tres estrellas Michelín. Cuando lo ví por primera vez me llamó la atención su aspecto, muy alejado del habitual en la hostelería. Apareció en  un conocido programa de aventura y me sorprendió su forma de ser y de expresarse . En el manifestaba que “era y es claro y directo” y que eso le había  causado algunos problemas. Parece ser que es un icono de la moderna cocina española y los iconos me atraen porque revelan cosas importantes sobre la sociedad que los sacraliza.

Hoy he entrado en la web del restaurante que regenta . Es algo distinta y transmite, desde el principio,  los valores en los que  asienta su trabajo, que son: amor por las cosas bien hechas,  sacrificio, exclusividad, creatividad, innovación”, constancia, paciencia …y algo de provocación. Ha trabajado mucho para alcanzar  el éxito, de forma merecida, desde el emprendimiento y la fe en lo que hace. Su profesión no ha sido un camino de rosas, con jornadas de trabajo de 16 horas de lunes a domingo.

En algún momento habla de que quiere que su negocio no sea solo un restaurante; busca que sus clientes "alucinen". Realmente un restaurante tiene éxito si los que comen en él salen satisfechos, es decir, disfrutan. Pero ese disfrute, y es a lo que voy, es muy necesario en algunos momentos de la semana, del mes y del año, pero no debe pasar de ser un medio y convertirse en un fin, cosa que ocurre en las sociedades occidentales, sin que quizás seamos conscientes del precio que pagamos por ello.

Quiero y deseo que haya cada vez más buenos profesionales de la cocina en España, con prestigio internacional, y en el resto de sectores,  pero también que el placer tenga el sitio adecuado porque nos jugamos mucho todos.

El placer es necesario, pero mal enfocado, - y lo está cuando se convierte en un fin en si mismo- , nos centra en nosotros mismos y convierte a todo lo que nos rodea que no sea placentero en algo a evitar, eliminar, suspender, mitigar,... generando modelos de  comportamiento que nos hunden en la preocupación, cuando no en la angustia, cada vez que vemos un telediario o abrimos un periódico. Todos tenemos experiencia de que cuando suben las horas de placer sube la impulsividad, disminuye el autocontrol, aumenta la agresividad, baja el esfuerzo, anida el egoísmo y con él los comportamientos más o menos disruptivos con nuestro entorno y las personas que están en él. El problema es que el consumo de placer no es algo pasajero en los países desarrollados; está instalado en la vida cotidiana del que esto escribe y del resto de congéneres, con una tendencia clara a doblarnos el pulso. Ha dejado de ser un medio necesario para el equilibrio personal, con límites éticos, para ser "el objetivo", con límites débiles,  muy difusos -quizás solo los legales y con tendencia a sobrepasarlos-, desfigurados por innumerables justificaciones.

A pocos les preocupan que las televisiones, en busca de una mayor audiencia, no establezcan barreras morales en sus contenidos siempre que “distraigan” y “entretengan”, ...aunque luego nosotros o nuestros hijos bajemos el listón de humanidad en nuestra relación con los demás, por mimetismo con lo que se ve. A los hijos se les exige poco y se les pone escasos límites  “porque tienen derecho a disfrutar”, todavía son pequeños, aunque pasados los años suframos a un adolescente autoritario y egoísta, que hemos ido forjando con empeño y dedicación. Los profesores deben mandar pocos deberes, para que “los niños tengan tiempo de jugar”. A los adolescentes les debemos explicar que es el sexo y “cómo usarlo de forma segura y placentera”. Para que no molesten en la ciudad les construimos botellódromos. Y así podríamos seguir, poniendo ejemplos prácticos de como el “hedonismo” se ha convertido en un contravalor que se incrusta con naturalidad en nuestra vida ordinaria, en pequeñas cosas, sin percatarnos del peaje que se paga a corto, medio y largo plazo que no es otro que - a modo de ejemplo- el miedo y la desconfianza hacia los demás y, si me apuras, la angustia y la desazón, que empieza por presentir que nuestros hijos nos verán como un estorbo cuando alcancemos la  vejez.

Cada vez más  nos abrumamos, escandalizamos, acongojamos, alarmamos, asustamos…con noticias que ponen de manifiesto la brutalidad de la que es capaz el ser humano. Hace unos días un conquense asesinaba a dos mujeres jóvenes y las enterraba en cal, una señora tiraba a la basura a su hijo recién nacido, otra degollaba a su hijo de tres meses, un señor asesinaba a sus dos hijas, etc. Es verdad que también sigue habiendo gente con comportamientos ejemplares, pero hay números que reflejan una sociedad con problemas, como  el número creciente de divorcios, el aumento de las agresiones de hijos a padres, la mayor  incidencia de enfermedades mentales, el aumento del  alcoholismo en los jóvenes, la violencia de género desmadrada a pesar de poner medios y dinero sin fin , etc. Parece que la sociedad se desestructura sin que quizá seamos muy conscientes del por qué. Pues bien, una de las razones es el hedonismo que lleva al egoísmo que, a su vez,  desestabiliza a la persona y sus vínculos y diluye - por mera incompatibilidad- los valores que pueden ayudarle a levantarse.

Una sociedad egoísta, hedonista, consumista,... tiene poco futuro si no rectifica. Lo malo es que la rectificación a veces no es pacífica, porque en este modelo social "todo el mundo defiende lo suyo" y pocos piensan en el interés general. Así no es de extrañar aquello tan evangélico del "pueblo contra pueblo, nación contra nación, padre contra madre, hijos contra padres..." De cambiar esto somos responsables todos, cada uno con los medios que tiene a su alcance y en su entorno más cercano. Podemos elevar el listón de la exigencia y del esfuerzo a nuestros hijos - sin olvidar el cariño y el afecto-, podemos hacer mejor nuestro trabajo, podemos señalar menos a los demás como la causa de nuestros males y revisar nuestro carácter, nuestros defectos, para ver como los podemos limar algo. Podemos cambiar el chip y pasar de esperar a que los demás y la sociedad haga algo por nosotros a hacer nosotros algo más por nuestra familia, nuestro cónyuge, nuestros hijos o nuestros vecinos. Podemos preguntarnos cual era la fuente de los valores que apreciábamos, que echamos de menos en los demás pero que quizás tampoco vivimos nosotros.

En la vida hay un ingrediente con el que hay que convivir con naturalidad, que se llama contrariedad, esfuerzo, dolor, sacrificio. No es un drama no poder consumir lo accesorio o consumirlo menos. Es bueno ser conscientes que las cosas funcionan con el esfuerzo de todos. Las puertas de la auténtica felicidad se abren hacia afuera, cuando salimos de nosotros mismos y pensamos en los demás, en lo que tenemos y no tienen otros, y no solo en lo que no tenemos; cuando regalamos tiempo y recursos, cuando somos solidarios, generosos, pacientes, compasivos, comprensivos, etc. El placer "fuera de lugar" es un espejismo de felicidad momentánea que exige estímulos cada vez mas fuertes y que nunca llena, mejor dicho, llena de vacío y soledad.

Un placer sin control, sin normas, sin ética que lo limite, genera una persona que se autolimita, sin voluntad - o con una voluntad mermada - para alcanzar metas de calidad y, por tanto, con menos libertad entendida como la capacidad de elegir la mejor opción que, casi siempre, es la más costosa. Comprarle a nuestros hijos la "piruleta" que ha visto en la cola del supermercado, para acallar su barraquera, unida a otras cesiones parecidas en cosas pequeñas y cotidianas , es hipotecar poco a poco su futuro.

Cuando nos MIRAMOS MENOS EL OMBLIGO, nosotros iremos mejor y la sociedad irá mejor. Cuando rescatemos con el ejemplo de cada uno, -que es la mejor forma de empezar a cambiar la sociedad-,los valores que vivían nuestros abuelos, colocaremos entre todos el número de barbaridades en cifras normales y sustituiremos el miedo a los demás, por confianza y esperanza.

Claro que el esfuerzo por ser una persona que valga la pena es insostenible sin una cosmología. Como decía un ilustre “socialista” de mi ciudad: “no podemos quejarnos de que no haya valores en la sociedad si hacemos esfuerzos denodados por cargarnos a las instituciones que los sostienen” o, dicho de otra forma, los valores no los sostiene el hombre sino  alguien que lo trascienda y que no esté sujeto a los movimientos pendulares de los que está llena la historia de la humanidad, que nos han llevado a las mayores barbaridades, sin que aprendamos demasiado de ellas.

No queremos el “corsé” de lo objetivo, de la verdad, pero sufrimos las consecuencias del dogma de la subjetividad. Así nos va y los que nos queda por ver, si Dios no le pone remedio, que lo hará. Mientras tanto, ojala que el esfuerzo y dedicación que pone el chef al que hacía referencia lo pongamos también  tu y yo en ser mejores personas para que todos sintamos que vivimos en una sociedad de calidad y con valores.

Termino, como siempre, con una frase. En esta ocasión de Daniel Bell, profesor  emérito de sociología de la Universidad de Harvard:

"El hedonismo, la idea de placer como modo de vida, se ha convertido en la justificación cultural, si no moral, del capitalismo"

José Antonio de la Hoz


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