Educar moralmente a los hijos es
enseñarles, fundamentalmente con nuestro ejemplo, aquellos comportamientos que
están bien o mal, tanto para ellos mismos como para los demás.
La moralidad tiene conexiones con
las virtudes o hábitos operativos buenos. Platón defendía que el individuo era
justo cuando era, a la vez, fuerte, prudente y templado. Aristóteles
afirmaba que la virtud, la
justicia, estaba en el término medio,
evitando los extremos a los que se podía llegar
con cada virtud aislada. En cualquier caso, los clásicos defendían un
componente social e individual de la moralidad.
La moralidad puede ser
considerada como algo objetivo o subjetivo. En el primer caso se defiende que
hay unas normas de comportamiento que todos los individuos conocen,
independientemente de su ideología, y que de algún modo tienen una existencia
universal en la conciencia de todos los seres humanos. Todos sabemos que matar,
robar, calumniar, mentir –entre otros comportamientos-, no son conductas moralmente aceptables, sin necesidad de que haya leyes que las penalicen, y conocemos
esto desde que tenemos uso de razón. No obstante, quien ha matado, robado, calumniado o mentido en múltiples ocasiones, no percibe moralmente esa conducta de la
misma forma que el que no lo ha hecho nunca, ya que terminamos defendiendo y
justificando nuestros comportamientos habituales. Quien no actúa como piensa
termina pensando en consonancia con su actuar, defendiendo lo indefendible si
es necesario.
Otro obstáculo para la defensa de
unas normas morales objetivas es, por una parte, el escepticismo y el relativismo
que se han instalado, de forma inducida, en nuestra sociedad. Digo “de forma
inducida”, porque el relativismo moral es la forma más cómoda de acallar la
conciencia propia y la conciencia social. Si no hay normas objetivas, no hay
ninguna voz que llame la atención sobre mi dejadez, mi pereza, mi envidia, mi lujuria,
mi injusticia, mi falsedad… que son una posibilidad permanente de nuestro
comportamiento, que fácilmente podemos elegir una vez o múltiples veces,
adquiriendo un hábito operativo malo, que repercutirá en nuestro entorno y en la sociedad. También porque al rechazar una
moralidad objetiva termina ocurriendo lo de siempre, que impone su moral
el más fuerte, quien más dinero tenga, quien controle más medios de
comunicación, quien mejor conozca los mecanismos sociológicos para controlar la
opinión pública y pueda usarlos. De esta forma, podemos llegar a matar a seis millones de
personas, como ocurrió en la Alemania de Hitler, o a cien millones, como ha
ocurrido en los regímenes marxistas, algunos de ellos todavía vigentes.
Estamos en una época en la que se
conoce a la perfección las claves del comportamiento humano y como influir en
él. Los FATGA (Facebook, Amazon, Twitter, Google, Appel), son dueños de lo
políticamente correcto y, por tanto, de lo que “se lleva moralmente”,….Son
ellos los que determinan los contenidos morales a los que acceden decenas de millones de personas. Hay empresas
que comercian con la infidelidad, hay medios de comunicación que ganan dinero
con la intimidad de las personas, hay influencers que condicionan el
comportamiento de millones de jóvenes….Con todos sus pros y contras, estamos en
pleno reinado de la moral subjetiva, de la moral de quienes mandan en la sombra.
Ante este panorama, ¿Qué pueden hacer los padres? Se me ocurre algunas cosas, como:
- Predicar con el ejemplo siempre, pero sobre todo en la infancia. Es más fácil que los hijos sean respetuosos, veraces, honestos, íntegros…, si observan esos comportamientos en casa.
- Ver con los hijos la televisión, oír la música que ellos oyen, jugar con ellos a la consola,…y comentar lo que ven y escuchan; tanto lo positivo como lo negativo.
- Hacer atractiva la virtud comentando los beneficios individuales y sociales que se alcanzan aunque no se busquen: sociabilidad, credibilidad, atractivo personal, paz interior, contribución al interés general y al bien común, cohesión de los grupos de los que forman parte, etc.
- Enseñar que la virtud se adquiere por repetición de actos, por lo que hay que levantarse si se equivocan y continuar el camino virtuoso.
- Explicarle el valor de comprender, disculpar, perdonar y darnos oportunidades a nosotros mismos y a los demás.
- Trabajar desde pequeños en los hijos la voluntad, la templanza o la resiliencia.
- Aprender a ir a contracorriente. Estamos en una época convulsa en el terreno de lo moral, con grandes grupos de comunicación, poderosos lobbies e importantes redes sociales, intentando crear nuevos modelos morales que van contra el propio ser humano.
· Termino, como siempre con una frase. En este caso de Sócrates: “La buena conciencia es la mejor almohada para dormir”
José Antonio de la Hoz
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