Uno de los fines de la educación de los hijos es que sean autónomos
e independientes, delegando en ellos tareas progresivamente, en función de su
edad y circunstancias personales y/o ambientales. Ejercitando y desarrollando
adecuadamente sus capacidades, asumiendo la responsabilidad de los propios
actos, bajo la tutela instrumental de los padres, los hijos llegan a disfrutar
de un nivel aceptable de felicidad.
Para conseguir lo anterior, los padres han de aprender a
delegar tareas en los hijos y esto no es fácil. Todos hemos visto a madres y padres
haciendo tareas de los hijos que estos ya pueden hacer, quizás por un mal
entendido amor, quizás por desconocimiento de los beneficios derivados de que
los hijos las asuman o, tal vez, por incapacidad para delegar o por
convencimiento de que las tareas se hacen más rápido y mejor si las hacen
ellos.
La educación de los hijos es una tarea lenta, gradual, constante
y paciente. Hay que colocarla entre las TAREAS IMPORTANTES, que no son
sofocadas por las URGENTES, que nos impiden ver las consecuencias a largo plazo
de lo que hacemos. Por eso cuando enseñamos a nuestros hijos a hacer cosas, aconsejo guiarse por las siguientes disposiciones:
·
No
buscamos que hagan las cosas como las
haríamos nosotros, sino que aprendan a hacerlas. Hay tareas que admiten varias
formas de realizarlas y nuestros hijos no tienen porque elegir la nuestra. Ejemplo:
ponerse una u otra camiseta para hacer deporte. Limpiar los platos antes o
después del telediario. Usar uno o dos nudos en los cordones, etc.
·
No es positivo una actitud permanente de
corrección, que puede inhibir la creatividad presente y futura de nuestros
hijos. Ellos no son una extensión de nuestro cuerpo ni de nuestra mente. Tienen
su propia personalidad. Ejemplo: se les puede pedir que ordenen la habitación pero dejándolos que
elijan el modo de hacerlo.
· Algunas
tareas, por su complejidad, pueden hacerse conjuntamente con los hijos y, cuando la dominen, terminar delegándolas completamente. Ejemplo: hacer una determinada comida, poner una lavadora o hacer un arreglo
eléctrico.
· Hay tareas que han de hacerse de una forma concreta, pero otras admiten diversas posibilidades de realización. Delegar
es pedirle a una persona un resultado, con pocas limitaciones para conseguirlo.
Quizás se puede concretar el tiempo o el gasto para conseguirlo, pero si se le va a exigir responsabilidades, no podemos pedirle que haga las cosas como las
haríamos nosotros o criticar que no las hagan como las haríamos nosotros, salvo que objetivamente sea la única opción.
·
Cuando
se está aprendiendo una tarea el que enseña ha de tener cierto grado de
paciencia ante los primeros errores y alabar todos los aciertos. Hay tareas que exigen tiempo, práctica y algunos errores para dominarlas.
·
Algunas
cosas se aprenden viendo cómo se hacen, otras necesitan una explicación previa,
otras una o varias demostraciones, otras se aprenden de forma gradual, otras comenzando
a hacerlas sin más. Para que el aprendiz se sienta cómodo debe encontrar buena
disposición para explicar dudas en el docente y cierta paciencia y constancia.
·
Todas
las personas, también nuestros hijos, tienen más desarrolladas unas capacidades
que otras. Lo que al padre o la madre le puede resultar fácil, al hijo le puede
parecer “un mundo”. Es la hora de la paciencia y de la constancia, nunca de los
adjetivos humillantes ni de las descalificaciones, tampoco de las broncas.
·
No
se dejan de encargar tareas porque sean difíciles de realizar.
Precisamente el entrenamiento de nuestros hijos en lo difícil pero asequible, facilita
que se desarrolle de forma equilibrada y que aprenda a superar obstáculos.
Esto influirá positivamente en su autoestima.
Llegados a este punto nos podemos preguntar por las tareas
que podemos delegar en nuestros hijos. La respuesta es que cada hijo es un
mundo, con sus circunstancias. Teniendo en cuenta lo anterior, os paso un
listado de tareas que tus hijos pueden hacer, en función de su edad:
· Niños de dos a tres años ( con ayuda de los padres y/o supervisión): desvestirse, ponerse el pijama y
recogerlo, peinarse, lavarse los dientes, ordenar el dormitorio y su mesa, colocar
la ropa sucia en el cesto, estar presente cuando se hace la cama y ayudar en
algo. Otras tareas se similar complejidad.
· Entre cuatro y cinco años: observa al adulto e imita su
conducta. Tareas : recoger la ropa limpia y doblarla, usar aspiradoras de mano,
limpiar el polvo superficial, vaciar el cubo de la basura, conocer su número de
teléfono, limpiar el inodoro, organizar cajones, vaciar el cubo de la basura,
nadar, ayudar a vaciar el lavavajillas, ayudarte en el supermercado, poner platos
y cubiertos en la mesa. Asimila y cumple normas sencillas. Realiza otras tareas
de similar dificultad.
· Entre seis y siete años: vaciar el
lavavajillas y colocar platos y cubiertos, hacerse el desayuno y preparar
comidas fáciles, bañarse solo, usar escoba y recogedor, usar los cubiertos
correctamente. Identifica el bien con lo mandado y el mal con lo prohibido por
el adulto. Aprende a saludar, despedirse y agradecer. Tiene el deseo de actuar
bien y si se equivoca culpa a otros porque no acepta que lo consideren malo.
·
A los ocho años: Comienza
a adquirir autonomía personal y puede controlar sus impulsos, en función de sus intenciones. Es
capaz de organizarse en la distribución del tiempo, del dinero y de los juegos.
Todavía precisa alguna supervisión. Pueden dársele responsabilidades diarias:
preparar el desayuno, bañarse, acudir solo al colegio, etc.
Empieza a distinguir la voluntad del
adulto de la norma y es consecuente en su conducta. Sabe cuándo y cómo debe
obrar en situaciones habituales de su vida. La actuación de las personas
adultas es decisiva, dado que si persiste una presión autoritaria el niño se
hace dependiente, sumiso y falto de iniciativa. Si, por el contrario, se obra
de forma permisiva, el niño se convertirá en una persona caprichosa e
irresponsable. Así pues, se hace imprescindible una actitud que favorezca la
iniciativa y mantenga la exigencia. Le atrae el juego colectivo y coopera en
grupo. Es capaz de prever las consecuencias de sus actos.
·
Entre nueve y once años: “…Ya
es bastante autónomo en sus intenciones y, por lo tanto, en su responsabilidad.
Suele tener una organización propia para sus materiales, ropas, ahorros... Puede
encargarse de cualquier tarea doméstica y debe realizarla con responsabilidad y
cierta corrección. Le gusta que se le recompense por la tarea que se le
encomienda.
Aunque aparezcan rasgos de dependencia,
le gusta tomar decisiones y oponerse al adulto con cierta rigidez. Es capaz de
elegir con criterios personales. Se hace estricto, exigente y riguroso.
Reconoce lo que hace mal, pero siempre busca
excusas, aunque para los demás suele ser muy estricto. Le gusta que le dejen
decidir por sí mismo y tiene necesidad de afianzar su yo frente a los demás, de
ahí su resistencia a obedecer y su afán de mandar a otros niños menores. Conoce
sus posibilidades, decide y reflexiona
antes de obrar, aprende de las consecuencias y se siente atraído por los
valores morales de justicia, igualdad, sinceridad, bondad, etc. “
José Antonio de la
Hoz
Fuentes:
·
Elaboración propia
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