Mario Alonso Puig ha sido muchos años cirujano y ahora es investigador en neurociencias, conferenciante y consultor de primer nivel. Cuenta con un curriculum más que abultado y está presente, como speaker, en los foros más importantes a nivel internacional. El 12 de abril de 2013 publicó este interesante artículo en http://www.elconfidencial.com con el título: "Recuperando el lenguaje de la vida: cómo conseguir una comunicación no violenta" .
Muchos de
nosotros conocemos la historia bíblica que hace referencia a la Torre de Babel.
Los hombres, hace muchos años, comenzaron a construir una torre que había de
llegar hasta el mismo cielo. Cuando estaban sumidos en tan magna obra
arquitectónica, algo asombroso les ocurrió. Todos ellos empezaron a hablar en
lenguas tan distintas que les
resultaba imposible entenderse. Por eso la Torre de Babel jamás se completó.
Este tipo de historias puede interpretarse al menos, de tres
formas diferentes:
1º- Se trata de un relato verdadero desde el punto de vista
histórico.
2º- Es una pura fantasía.
3º- Independiente de que sea un relato histórico o un relato
fantástico, nos quiere transmitir una lección de gran valor.
La reflexión que me gustaría que usted, apreciado lector, y yo
hiciéramos, está enfocada en la tercera forma de interpretar el relato.
La Torre
de Babel está llena de símbolos. Cuando
el ser humano aspira a ser un dios, se llena de arrogancia, soberbia y
autosuficiencia. Además, lejos de ver a los demás como a otros dioses, les
ve como utensilios para sus propios fines. De esta ansia de poder hablaba mucho
el filósofo alemán Nietzsche cuando decía: “El hombre es
voluntad de poder”.
Cuando nos invade la soberbia, exigimos ser escuchados y perdemos
el interés en escuchar para comprender. ¿Para qué escuchar a aquellos a quienes
en esos momentos estamos viendo como simples utensilios?
“Cuando
no nos dejamos ayudar por otros para cubrir nuestras necesidades, todo nuestro
ser se debilita”
Todos
sabemos que cuando nos escondemos tras la armadura de nuestra autosuficiencia,
también estamos escondiendo lo que de verdad sentimos y necesitamos. Nuestros
sentimientos y nuestras necesidades nos convierten en seres vulnerables que
necesitan de la ayuda de los demás. Sin embargo, es en el reconocimiento de
esta vulnerabilidad y de esta menesterosidad donde radica nuestra verdadera
fuerza. La fuerza de la unión,
la fuerza de la cooperación y la fuerza de la visión compartida emanan de la comprensión profunda de
que todos los seres humanos mientras sigamos vivos, tendremos sentimientos y
tendremos necesidades.
Cuando nuestro corazón se endurece, nuestro lenguaje simplemente
agrede y por eso acabamos recibiendo aquello mismo que emitimos. Quien siembra
vientos, recoge tempestades. Esta es una conversación suicida, y es suicida
porque nos va aniquilando poco a poco al condenarnos a la soledad y al
aislamiento.
Hemos de volver a recuperar el
lenguaje de la vida, un
lenguaje de sentimientos y de necesidades y deshacernos de una vez por todas
del lenguaje que se usa cuando se está detrás de la armadura. Todos sin
distinción, queremos lo mismo, sufrir menos y ser más felices. Para poder
conseguirlo, necesitamos equilibrar nuestros sentimientos y cubrir nuestras
necesidades.
Hay una preciosa fábula de alguien al que se le permitió visitar
el Cielo y también visitar el Infierno. A aquel invitado le sorprendió ver que
en el Cielo a todos se les veía perfectamente nutridos, mientras que los
habitantes del Infierno estaban
todos escuálidos y demacrados. El invitado le preguntó al Guardián del
Cielo por la razón de aquello:
–¿Es que acaso los habitantes del Cielo tienen todo lo que
necesitan para comer y los habitantes del Infierno no tienen nada?
–En absoluto, contestó el Guardian del Cielo. Todos tienen la misma cantidad de
alimentos.
–Entonces, no entiendo por qué los habitantes del Infierno están
tan desnutridos.
–Ven a la hora de la comida y lo entenderás.
Aquel
visitante, acudió a la hora de comer tanto al Cielo como al Infierno. Observó
que los habitantes de ambos mundos, sólo podían comer utilizando unos palillos
muy largos. Los habitantes del Cielo, los utilizaban para dar de comer a otras
personas, mientras que los habitantes del Infierno, se empeñaban en usar los
palillos para, alimentarse así mismos. Aquellos palillos eran tan largos, que la comida nunca llegaba a sus bocas.
Cuando no ayudamos a los demás a cubrir sus necesidades y no nos
dejamos ayudar por otros para cubrir las nuestras, todo nuestro ser se
debilita. Tal vez la armadura que ponemos ante los demás nos dé una sensación
de protección. Sin embargo, yo creo que lo que de verdad hace es separarnos,
inmovilizarnos y hacernos enfermar.
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