Patricia
Ramírez es psicóloga. Ha trabajado para varios equipos de fútbol, como el Mallorca
o el Betis, y participa en el programa de Tv “Para todos la 2”. El 24 de marzo
de este año publicó en El País este artículo, sencillo, pedagógico y práctico, con
aspectos básicos a tener en cuenta por los padres para educar a sus hijos. Son
ideas de siempre pero muy bien presentadas.
He modificado la presentación
del artículo para los que leen rápido
Diez pautas para educar
La mayoría de los
padres consideran que educar es una tarea difícil
El comportamiento de
los hijos exige perseverancia y unas técnicas básicas de disciplina
CASO
Carloooos! Que te he dicho que te duches, te
sientes a la mesa y recojas tu cuarto… ¡YA! No entiendo por qué no me haces
caso a la primera, siempre tengo que gritarte y ni por esas, me tienes
hartísima. Cuando venga tu padre, se lo digo. Me desesperas. Si es que no
puedo contigo, un día de estos te voy a dar un bofetón”.
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ERRORES
Después de esta escena, algunas madres
dan un portazo, incluso lloran de desesperación. No entienden que su hijo no
haga lo que se le pide a la primera. La explicación que dan es que el niño es
desobediente, malo, y que no hay nada que hacer por conseguir paz en casa.
Terminan por juzgarse como malas madres e ineficaces en la educación de sus
hijos. En la escena podemos encadenar varios errores para que Carlos no obedezca: dar voces,
órdenes contradictorias, comunicarle que ha perdido la batalla (“puedes
conmigo, me desesperas”) y amenazarle con hablar con su padre demostrando que
su autoridad es nula.
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“El
propósito de la educación es lograr que los niños quieran hacer lo que deben
hacer” (Howard Gardner)”
La mayoría de padres ve la tarea de educar como algo difícil. Pero si
anticipa todo lo que puede fallar, que su hijo no estudiará, se relacionará con
amigos que resten, no comerá… esto le desesperará y caerá en la profecía autocumplida. Lo más importante en la
educación es establecer unas reglas
que no se salte ni usted. Trabaje para que se cumplan desde edad
temprana. A partir de los seis meses los niños entienden muchas cosas; no se
expresan, pero empiezan a diferenciar entre “esto sí se puede y esto no”. No trate de educar a un chaval de 15 años al que lleva
consintiendo todo este tiempo, será tarde. Cuanto antes sepan sus hijos
que hay normas, que los premios van asociados al cumplimiento de
responsabilidades, que todos tienen que colaborar, antes conseguirá tener hijos
educados, responsables y con autonomía.
La mejor prevención en educación es
la intervención temprana. Muchos padres se quejan de que los niños no vienen con un manual bajo el
brazo, pero si siguen estas reglas básicas, seguramente le allanarán
el camino que supone educar.
Primero. Volumen y tono conversacionales. Conseguir que le hagan
caso no es cuestión de hablar alto. El poder está más en lo que se dice, en las
consecuencias que conllevará no hacerlo a la primera, en la coherencia y en ser
muy disciplinado con las rutinas. Si quiere que sus hijos le respeten, empiece
por respetarles a ellos. Nadie quiere obedecer a alguien que no se muestra
seguro y relajado.
Segundo. No dé órdenes contradictorias. Si le dice a su hijo
que se duche, que recoja su cuarto y que se siente a la mesa, sin indicarle el
orden, igual lo bloquea. Dígale lo primero que tiene que hacer, y cuando haya
finalizado, lo segundo. Si su hijo tiene edad para memorizar varias órdenes,
enuméreselas, dígale cuál es su prioridad. No espere que él la sepa, porque
tiene las sus propias.
Tercero. Imaginación. Haga un concurso por
semana para que jueguen “a hacer lo que deben”; puede ser sobre cualquier
comportamiento a corregir. Los domingos lo puede anunciar: “A partir de mañana,
se celebra el fantástico concurso de ‘Quién tiene la dentadura de caballo más
limpia’. Las bases son estas: limpiarse los dientes tres veces al día y pasar
revista. Las puntuaciones de papá y mías se sumarán, y el viernes anunciaremos
ganador”. Si quiere que los niños se lo tomen en serio, haga lo mismo. Y tenga
paciencia, hasta que se convierta en rutina necesita tiempo. El juego genera un
ambiente relajado en el que apetece más aprender y obedecer.
Cuarto. No quiera modificar en su hijo todo lo que
le molesta de una vez. Si se pasa el día diciéndole lo que hace mal, terminará por cargarse su
autoestima. Elija una conducta a modificar y céntrese en ella siguiendo las
pautas de este artículo. Cuando lo consiga, siga con otra.
Quinto. Cuando corrija o muestre su
enfado con ellos, no los ningunee, ni ridiculice, ni haga juicios de valor.
Si lo hace, terminarán por comportarse conforme a las expectativas que se han
puesto en ellos y les afectará a la autoestima. Es mejor decir: “No me gusta
ver tu cuarto desordenado; por favor, guarda los juguetes en las cajas”, a
decirles: “Eres un guarro, qué asco de dormitorio”. No consiga que se cumpla la
profecía autocumplida. Si les transmite que no confía en ellos y que no espera
nada, puede que se cumpla.
Sexto. Sea constante. Aquello muy
importante, basta con que lo argumente una vez, no busque más razonamientos
porque su hijo no los necesita. Simplemente busca ganar tiempo para no hacer lo
que debe. Dígale: “Esto no es negociable; cuanto antes empieces, antes podrás
disfrutar de lo que más te gusta”. Negocie lo que sea negociable y no siente
precedente con lo que no lo es.
Séptimo. Paciencia y calma. Las personas que
transmiten con paciencia son más creíbles y generan un ambiente cálido y
relajado. Cuando introduce cambios en la manera de educar, al principio los
niños reaccionan con incertidumbre: “¿Qué significa que mi madre/padre ahora
están calmados y no me gritan?”. Deles tiempo, necesitan acostumbrarse a esta
nueva forma de comunicarse.
Octavo. No se contradiga con su pareja.
Los niños tienen que saber que la filosofía y la escala de valores parten de
los dos. Si no, estarán chantajeando a uno y a otro, fomentando el engaño para
conseguir lo que quieren. Terminará por tener muchas discusiones con su pareja
por eso. No se descalifiquen, ni ridiculicen, ni contradigan delante de ellos.
Todo aquello en lo que no estén de acuerdo, háblenlo en la intimidad y
negocien.
Noveno. Nunca levante los castigos.
Es preferible aplazarlo, pero que sea efectivo y lo cumpla, que imponer uno muy
duro fruto de la ira y que luego deshará convirtiéndose en alguien a quien se
puede chantajear. Dígale: “Esto merece un castigo, ya te diré qué va a pasar”.
Décimo. Mejor que el castigo, el
refuerzo. Significa prestar atención a lo que hace bien, cualquier cambio,
y decírselo. Si continuamente centra la atención en lo que hace mal y le
corrige y se enfada, su hijo aprenderá que esta es la manera de llamar su atención.
Todo lo que se refuerza, se repite. Al niño le gusta que sus padres estén
orgullosos de él, pero tiene que decirle de qué se siente usted orgulloso,
porque él no lo va a adivinar.
Recuerde lo más fundamental: hasta la adolescencia, no hay figuras más
importantes que los padres. Si trata de educar en una dirección, pero se comporta en otra, será inútil. Los hijos copian, son esponjas. Educar con acciones tiene mucho
más impacto que con palabras.
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