Hace unos meses estuve por Ávila
y visité, entre otros lugares, los dos
conventos por los que pasó Santa Teresa de Ávila: el de la Encarnación, donde pasó 27 años de su
vida, y el de San José, fundado por ella. En este último vi una poesía suya impresa en una estampa, junto a su imagen, y la compré. Cuando regresé a casa la dejé encima de una estantería, junto a otros papeles, y volví a verla mientras ponía un poco de orden, aprovechando la Navidad. La poesía,
incompleta, dice lo siguiente:
Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta.
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta.
A mí me reconforta bastante leerla y meditarla, sobre todo
cuando vienen las preocupaciones propias de la vida, pero también la veo como
un buen inicio para hablar de la paciencia, sobre todo en un mundo en el que
prima la inmediatez, donde todo parece estar al alcance de un clic, en el que
la palabra que triunfa es “Ya”.
Pues bien, hay metas que requieren de un esfuerzo mantenido
durante un tiempo y la paciencia nos ayuda a no decaer cuando hay que retrasar
la recompensa y esperar para ver los frutos. Está muy relacionada con mantener
el esfuerzo sin perder la esperanza, hasta conseguir lo que buscamos. El que la
tiene sabe esperar los resultados que, como dice Santa Teresa cuando afirma que
“la paciencia todo lo alcanza”, siempre llegan si no nos agobiamos.
Por eso es muy importante que los padres exijan a los hijos
que terminen lo que empiezan, que no salten de una cosa a otra sin acabar nada.
Cuando terminan las cosas recogen los frutos del esfuerzo en forma de
motivación y de predisposición para seguir ganando batallas, alcanzando metas
valiosas. En definitiva, les ensañan a ser pacientes y saber retrasar los
frutos del esfuerzo, sin abandonar a mitad de camino porque parece que el
premio no llega o se retrasa.
También podemos hablar de paciencia si se trata de aguantar
en la vida cuando “vienen mal dadas”. Aquí la santa también nos habla
con sabiduría cuando nos dice que “todo se pasa”. La sabiduría popular dice lo mismo cuando afirma que “no hay mal
que cien años dure”. Llegados a este punto también me vienen a la memoria unas palabras de Toni
Nadal, sobre su sobrino, que son las
siguientes: “es el jugador que más partidos gana jugando mal, porque se
sobrepone a la adversidad”. También me parece interesante esta otra idea suya: “he
sido un entrenador más preocupado de la formación del carácter que de la formación
técnica. Así le ha ido, …todavía no ha aprendido a sacar”
En fin, me doy
por satisfecho si algunos padres son más conscientes de que inculcar esta
virtud, hábito o predisposición en sus hijos es importante para alcanzar metas
profesionales, personales y sociales.
José Antonio de la Hoz
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