Las circunstancia actuales nos van a llevar, más temprano que tarde, a replantearnos la tan manida frase de "que mi hijo no sufra...", porque nos va a tocar a todos apretarnos los machos, de hecho muchas familias llevan años en situaciones límite. No obstante hay una inercia de años por la que hijos, padres, abuelos y demás familia le pusimos una cruz al esfuerzo para conseguir las metas.
El psiquiatra Luis Gutiérrez Rojas redactó y publicó un artículo hace unos años en el que reflexionaba en voz alta, desde su experiencia profesional, sobre los principios que regían la forma de educar de algunos padres, quizás demasiados. Algunas circunstancias personales han cambiado ya que, a diferencia de lo que apuntaba entonces, ya es padre de familia. Lo que sigue manteniendo es su peculiar forma de transmitir ideas EN TONO HUMORÍSTICO. Os transmito entrecomillada y literalmente su reflexión:
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Espero que me permitan el
atrevimiento de escribir acerca de un tema tan espinoso como el de la educación
cuando no tengo ningún hijo. Entiendo que en casi todos los temas la teoría
suele ser más sencilla que la práctica pero creo que en este asunto concreto
todavía lo es más. Dicho lo cual me propongo exponer una idea base, que
lógicamente precisaría mayor desarrollo.
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Los padres parece que gobiernan
bajo una sola idea madre: “lo importante es que no sufra, que no lo pase mal,
no vaya a ser que se sienta frustrado en su más tierna infancia y eso le marque
irremediablemente para el resto de su vida”.
Amparados bajo la manida y
estúpida frase de: intento darles todo
aquello que yo no he podido tener se labra una personalidad sobreprotegida.
El niño se acostumbra a que sus deseos se vean cumplidos en un abrir y cerrar
de ojos y eso además de crear una serie de hábitos que luego tienen difícil
solución, siembra el campo para que florezca una voluntad virgen,
desacostumbrada a tener que esforzarse para conseguir las cosas.
Los padres en vez de poner
límites se dedican a financiar futuros vicios.
De esta forma el querido hijo
pasa muchos años de vida hasta encontrarse con alguien que le lleve la
contraria. Con frecuencia esto solía suceder en el colegio pero ahora las cosas
han cambiado. Hace no muchos años padres y profesores formaban un frente común
rígido y sin fisuras. Pero ahora los aliados son otros, con relativa frecuencia
hijos y padres son partes de un mismo ser y el profesor se convierte en el
enemigo a batir. Sorprende comprobar como los padres entran al juego de las
excusas universales de la edad escolar: “a mi hijo lo que pasa es que le tienen
manía”, “le castigan sin motivo”, “se nota que van a por él” y así un largo
etcétera. De esta manera el yugo de las contradicciones sigue sin aparecer en
la escena.

De la misma manera que el bebé
que sólo tiene contacto con la leche pasteurizada y los chupetes esterilizados,
posteriormente desarrolla una propensión biológica a todo tipo de alergias y
enfermedades, nuestro pequeño adulto se mostrará hipersensible a todo lo que
suponga esfuerzo y dolor.
Y así de buenas a primeras nuestro niño de 25 años entra en contacto con el mundo laboral y descubre que el planeta de los osos amorosos en el que vivía jamás existió, y también comprueba que mamá y papá están mayores y su radio de influencia no llega a muchas cosas.
De tal manera que de la noche a
la mañana se entera de que en la sociedad en la que vivimos hay jefes,
compañeros de trabajo, inspectores de hacienda, suegros y policías de tráfico.
Y él que nunca pensó que vivir fuera tan duro se enfrenta a todo ello con los
escasos recursos que ha adquirido en sus múltiples años de educación.
Una persona con serias
dificultades para asumir conflictos, problemas y enfermedades, que se hunde
ante la menor contrariedad y que siente con toda el alma que es una de las
personas más desgraciadas del globo terráqueo, pero sin serlo.
Así nos encontramos con el hombre
actual forjado con una personalidad neurótica, simplista, quejica,
hipersusceptible, sensiblera, sentimental, estúpida, inmadura e infantiloide.
En definitiva un pobre hombre, un ser completa y absolutamente insoportable.
No quisiera terminar de manera
tan brusca, añadiré un consejo. Si quieren que su hijo aprenda a sufrir de
verdad desde pequeño, pongan todos los medios para que se haga hincha incondicional
del Atlético de Madrid (ser del Granada roza el masoquismo)."
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