miércoles, 23 de enero de 2013

El dominio de si mismo

Hoy he estado rastreando en Internet buenas fuentes y buenos temas para incluir en el blog. He detectado un trabajo de campo de la Fundación Solventia interesante e instructivo, para padres y profesores, sobre las TIC y los hijos. No he visto la forma de insertarlo en el bloc ni de compartirlo en las redes sociales por eso, a destiempo, hago aquí la referencia.
 
He continuado husmeando y he localizado, oído y leído a Fernando Alberca. Me ha resultado interesante su experiencia, su formación y su actividad en el mundo de la educación. Se ve a la legua que es un profesional vocacional y de "largo recorrido". Inserto aquí uno de sus artículos recogido de la página http://www.arvo.net
 
  
 
Por Fernando Alberca


EL DOMINIO DE SÍ MISMO

 A veintiséis alumnos de Bachillerato pregunté: ¿Vosotros creéis que domináis vuestra vida? La respuesta fue unánime: todos dijeron que sí, algunos matizaron que totalmente y otros que en la mayor parte. Pregunté de nuevo: ¿Y os domináis a vosotros mismos? Casi todos volvieron a contestar lo mismo; sólo algunos reconocieron, orgullosos de lo que entendían era su personalidad, que a veces se dejaban llevar por lo que llamaban su pronto.



Entonces hablamos durante una hora sobre el dominio de sí mismo. Primero reconocieron que no se sentían esclavos de nada ni nadie. Luego pasaron a reconocer que sin embargo sí estarían dispuestos a serlo a cambio de algo que les mereciese la pena: me pusieron como ejemplos el placer y el lujo que proporciona suculentos ingresos. Coincidían todos. Pero al final, después de hablar mucho, de reflexionar, en una tercera fase concluyente, casi todos -menos tres- reconocieron que ya hoy eran esclavos del placer y de su aspiración a prestigioso consumidor, y que a cambio recibían muy poco por su esclavitud.

La vida está llena de dificultades y de tentaciones de esclavitud a bajo precio e incluso gratuitamente. Y entretanto hay una realidad que deberíamos clamar a los cuatro puntos cardinales y a todos; una realidad que resumió un novelista francés:

La vida está hecha para ser vencida.
Vivir es luchar, podríamos decir también.

Deberíamos enseñar con nuestro ejemplo a nuestros hijos que sólo se puede vencer si se llega a luchar. Que los obstáculos no hacen más que engrandecer el triunfo cuando se superan; y que o los vencemos o ellos nos acaban venciendo. Que para resolver un problema lo primero es afrontarlo; lo segundo, analizarlo sosegadamente antes de actuar; y lo tercero ponerse manos a la obra, sabiendo que las formas elegidas contribuyen a la superación del obstáculo. Ahora y siempre el hombre (el hombre, la mujer, el niño, la niña) sigue fraguándose solamente venciendo dificultades, superando tentaciones de derrota, asimilando limitaciones, endulzando sinsabores, resistiendo con paciencia.

Aprendiendo a dominarnos a nosotros mismos, escribió S.Gregorio Magno, comenzamos a poseer aquello que somos. Y es que sin dominarnos no tendríamos dominio sobre cuanto somos, cuanto hacemos ni sobre cuanto podemos. Si uno no logra ser dueño de sí, pronto acaba cediendo su dominio a otros, a unos pocos al principio: a cosas, gustos, personas; a muchos después, y al final se acaba siendo esclavo de todo.

Tendemos pues a la esclavitud. Una esclavitud extensiva. Contagiosa. Es más fácil ser esclavo que señor. Y no es posible lograr liberarnos, si no es con esfuerzo. Rescatándonos a nosotros mismos activamente, cada día. Dominándonos. Hemos de ser libres para poder ser señores de nosotros, sabiendo que sentiremos cada día nuestra libertad acechada por la esclavitud. La libertad en definitiva ha de ser la primera que hemos de liberar.

La historia de cada hombre, mujer, niño y de cada niña, es la historia de sus victorias sobre los obstáculos que encontró en su vida.

Si no logramos nuestro dominio sosegado, reflexivo y confiado ante estos obstáculos, asfixiamos nuestra felicidad, sustituyendo nuestra libertad por la velocidad en una inclinación que nos lleva solamente a nuestra destrucción personal.

Por eso debemos acostumbrarnos y acostumbrar a nuestros hijos, en toda edad, a que los obstáculos no son el centro de sus problemas. Así, tienden a confundirse, tendemos a confundirnos, y desechamos elecciones por sus dificultades. No elegimos profesiones por algunas asignaturas de la carrera que nos llevarían hasta ella. O por la posibilidad de un obstáculo laboral al acabarla, vencible pero obstáculo, aunque no más que obstáculo. Ni encaminamos nuestra vida tras determinadas aspiraciones, temiendo el esfuerzo que podrán presentarnos. O, aún peor, no superamos relaciones, por los obstáculos reales con los que nos encontramos en el trato humano de las más idóneas personas.

Hasta no hace mucho a las dificultades se les llamaba retos y los retos engrandecían su superación; ahora en cambio, a menudo renunciamos a toda victoria con tal de no enfrentarnos a sus obstáculos. Olvidamos, en definitiva, que las dificultades son sólo algo secundario. Que lo importante es el fin y que hemos de ser conscientes de que toda traba que podamos encontrar para llegar a ese fin, es precisamente el medio que nos lo proporciona; que por tanto cualquier traba compensa ser vencida, por invencible que parezca, porque merece la pena el triunfo.

El triunfo siempre será de quienes luchen con coraje, con constancia y decisión por él.

Precisamente lo que caracteriza a una persona con coraje, en la suficiente dosis para alcanzar cualquier victoria, es su convicción de que puede trabajar para encontrar soluciones y hacer frente a cualquier dificultad. La persona con el coraje necesario está convencida de su propio mérito, de que es capaz de superar cualquier inconveniente. Que posee la habilidad y la voluntad necesaria para aceptar toda circunstancia que pueda ocurrir sin entregarse a la derrota, a la desesperación, con el convencimiento de que en todo momento, mientras lucha contra el obstáculo, será capaz de mantener su propio valor y el respeto de sí mismo.

Debemos convencernos y convencer a cada uno de nuestros hijos y amigos de
que todos podemos dominar nuestra vida. Podemos elegir. No sólo reaccionar. Somos mucho más que el resultado de las tendencias de nuestros instintos. Tenemos todos libertad. La libertad de escoger, que significa que cada uno puede decidir y decide por sí mismo. Que no está a merced sólo de las presiones externas ni es víctima de impulsos incontrolables. Que no le fuerzan a uno la herencia o el ambiente en una dirección específica sin remedio. Sino que es libre y puede utilizar ambos: el ambiente y la herencia, como estímulo para crear sus propias interpretaciones y sus propias posibilidades.

Hemos de repetirnos a menudo y transmitir a nuestros hijos que es menos importante conocer las cualidades con que hemos nacido, con las que han nacido ellos, que saber lo que hacer con ellas.

Dominarlas.

Conocernos.

Hemos de empeñarnos en transmitir la necesidad a cada uno de nuestros hijos
de conocerse sinceramente, como nosotros mismos debemos principalmente conocernos. Reflexionando a menudo relajadamente sobre nuestra forma de ser; reflexionando sobre el carácter, sobre las faltas que cada uno tenemos, sobre las limitaciones, las preferencias, las inclinaciones, los defectos, sobre las apetencias, la forma que tienen de captar las cosas nuestros sentidos, diferente a la forma que tienen otros de captarlas. Para así descubrir cómo podemos ser más libres, dominando nuestro propio yo, el carácter, la forma de ser, los sentidos, los arrebatos. Dominándonos cada uno, buscando un fin, superando todo obstáculo pese a cualquier esfuerzo, porque merecerá la pena ser libre y vencerse a sí mismo siendo feliz.

Si ante un esfuerzo, igual nosotros que cada uno de nuestros hijos, adquirimos
el reflejo de vencernos en lugar de huir, engrandecemos nuestras reservas y la energía que nos permitirá ir dominando las dificultades de nuestra vida.

Para ello es preciso que los padres demos ejemplo. La forma en que los hijos reaccionan ante las situaciones es, a menudo, un reflejo de la forma en que nos han visto actuar a sus padres en circunstancias parecidas.

Es necesario por eso que los padres nos esforcemos en no quejarnos demasiado ante los hijos, en no estar tristes, enfadados, desalentados, abatidos.

Hemos de pedir a nuestros hijos lo difícil (un refrán español que habría que trasmitirles, dice: lo difícil se hace y lo imposible se intenta). Es bueno prevenirlos, animarlos: "Esto es difícil, pero verás que bien si lo consigues." Con los hijos menores hemos de aprovechar los deseos de ser mayor que tienen: "Como ya eres mayor, muéstrate fuerte, que no te desanime un obstáculo tan pequeño." Así como hemos de procurar premiarles y que se sientan orgullosos de su propio esfuerzo: "Papá, ¿ves?, me he cansado, pero he aguantado".

Aunque es más fácil antes de la pubertad, cualquier edad es buena para enseñar a nuestros hijos, que se disfruta más libremente con las alegrías sanas de la vida, en cuanto más capaz se es de renunciar a ellas. Pero con experiencias concretas, porque todos estamos hartos ya de teorías y ávidos de experiencias personales; nuestros hijos más.

Es preciso, así, educarles preparándolos para los obstáculos. Hemos de permitir cuando son pequeños que se hagan heridas, chichones, curarse por sí mismos. Quitar importancia a sus accidentes domésticos. No ser en exceso protectores. A veces parecemos decirles: "Mi pobre niño…tienes sangre… pobrecito… vaya por Dios… si es que no merece la pena que juegues así…". Y cuando son mayores seguimos haciéndolo.

Un padre y una madre, más si actúan a dúo, son capaces de convencer al niño más recio de su fragilidad, su desgracia, su imposibilidad, su inutilidad…

Si queremos que nuestros hijos se apoyen en nosotros, démosles ejemplo de valor, de equilibrio, de solidez. De dominio. De poder sobrevivir sin necesitar para ello un sinfín interminable de requisitos. Empecemos hoy mismo a hacerlo en aquellas ocasiones en que aún se nos escapan. Empecemos por pequeños obstáculos. Por lo más cotidiano.

De entre las mejores enseñanzas que les debemos a nuestros hijos está sin duda la de esforzarse y sufrir sin quejarse.

Sólo mediante el esfuerzo se llega a ser fuerte. Y entonces, vencedor.

Si queremos que nuestros hijos venzan sus dificultades, valgan para algo, controlen su propia vida, sean felices, entonces irremediablemente hemos de enseñarles a ser héroes: heróicos. Es una condición con la que el niño nace y se desarrolla si nosotros no la estorbamos. Un alumno mío de nueve años me dijo un día: "Las cosas difíciles me gustan". Y otro, más valiente, concluyó una vez: "Si es difícil, mucho mejor".

A través de la lucha, y aun a veces del sufrimiento, es como el hombre digno de llamarse así encuentra su alegría más duradera y profunda, dijo Beethoven.

Está claro que el sufrimiento, el obstáculo, cualquiera, es un mal. Pero al mismo tiempo siempre acaba convirtiéndose en un medio muy poderoso para lograr lo que buscamos y en un medio imprescindible para nuestra felicidad.

Sin olvidar que bajo nuestro afán por dominarnos a nosotros mismos, no podemos esconder en realidad la aspiración de dominar cuantas cualidades, trabajos y cuantas circunstancias en nosotros acaben por reportarnos mayor bienestar, mejor situación económica, mayor número de posibilidades y placer. Muy distante de esto, el dominio de sí mismo no consiste en guiar nuestra vida por el camino de menos obstáculos; sino al contrario, buscar enfrentarse a ellos, ponerse cara a cara frente a su dureza, a sus desnudas consecuencias, y superarlos en beneficio del desarrollo madurativo de cada uno de nosotros. Buscar una vida huyendo de las dificultades no libera al hombre, sino lo esclaviza. No lo hace victorioso, sino derrotado. El ser humano sólo es totalmente libre cuando es él mismo, dice Juan Pablo II, en la plenitud de sus derechos y en la plenitud de sus deberes. Sólo enfrentándonos a esos deberes, a los obstáculos que acompañan cada paso de nuestro progreso, se nos abre la vida confiadamente hasta el infinito.

No cabe la desesperación, ni el pesimismo, ni la pasividad, ni la impaciencia, ni tampoco el temor, la indecisión, ni la cobardía. Todos estamos llamados a afrontar el desafío tremendo de nuestra vida, única e irrepetible, y a vencerlo.

Recordando una clave principal: que no hemos de aspirar a un dominio personal indiscriminado, más próximo a la posesión y al autocontrol: el de uno mismo y el de cuanto nos rodea y puede beneficiarnos. Sino que cuando nos dominamos de verdad, nos conocemos, y reconocemos que desde nuestro origen, nuestra realidad es fundamentalmente social. Existimos en función de otros. A muchos debemos todo. Nos dominamos al fin y al cabo para poder dar lo mejor de nosotros a otros, a los más cercanos, a los que más queremos, y también a todos.

Porque nadie se da a nadie, ni se da en el trabajo, ni en las ideas, ni en el placer, ni en la familia, si uno no es dueño de sí mismo.

Enseñando el dominio de sí a nuestros hijos, y aquí está su necesidad, logramos además transmitirles otras muchas enseñanzas, que sin éste no serían más que una utopía frustrante para ellos y para nosotros como padres.

Al final, como decíamos al inicio, uno de los principales fines de la educación
es transmitir al niño, como se valoraba desde la Edad Media, el más alto de los señoríos: el señorío de sí mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario