jueves, 24 de enero de 2013

Hijo, ¿Hablamos?



La comunicación con nuestros hijos, más aun si son adolescentes, es todo un entramado donde concurren emociones, situaciones anteriores, memoria, datos, juicios a priori y a posteriori, desahogos, consejos, aciertos y desaciertos, confianza y desconfianza,…y otros aspectos, como el sexo de los comunicantes, la edad y un largo etcétera. Visto desde esta perspectiva el asunto es tan complejo que invita a entrar en faena “de puntillas” y con la precisión de un cirujano, pero todo se simplifica si los padres cumplen algunos requisitos y los repasan periódicamente para mejorar en alguno:
·        Buscar el momento oportuno: las cosas mejor en frío; si el tema es conflictivo, hay que elegir un momento huérfano de pasiones… Los gritos, voces o aspavientos  nos quitan la razón. Un examen para mañana, una situación de stress…convierten el momento en el menos adecuado para pararse a hablar con tu hijo.
·        Que se note que hay amor, preocupación por el otro…, esto no implica que se aparque la contundencia cuando sea necesaria. Aunque más que comunicar se trate de informar, hay que dar razones. En mi periodo de docente me tocó comunicar más de una sanción encaminada a  cambiar alguna actitud…, pasados los años más de un sancionado me ha dado un abrazo, nos hemos tomado una caña y nos hemos intercambiado teléfonos. ¡Seguro que en algún caso me he equivocado y los recuerdos no son tan gratos…!
·        No existe comunicación si es unidireccional…, hay que dejar que el otro hable, escucharlo y ponerse en su lugar… Los sermones de larga duración aburren e incentivan el aislamiento. Como decía Miguel de Cervantes “Sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo”.
·        La manipulación para convencer u obtener información también rompen el circuito.
·        A veces nuestros hijos solo quieren desahogarse, que los escuchemos y les demos nuestro apoyo y nada más. En estos momentos solo se busca afecto y comprensión, curar heridas internas, sentirse querido ...
·        Como padres algunas cosas hay que decirlas, aunque solo se entiendan años o muchos años después. Hace poco un ilustre profesional publicaba una carta en el periódico, dirigida a su padre fallecido un año atrás, a modo de homenaje póstumo, en la que rememoraba conversaciones con él, consejos recibidos y no asimilados en su momento, correcciones…. En ella comentaba como muchos de esos consejos y conversaciones se han mantenido en su memoria y el uso eficaz que ha hecho de ellos a lo largo de su vida, así como  el sentimiento de orfandad que le acompaña cada vez que necesita una opinión desinteresada.
·        Cuando nos equivocamos pedimos perdón y rectificamos. Ganamos en autoridad y prestigio moral
·        Si queremos que nuestros hijos nos cuenten las cosas hay que crear el clima adecuado: no podemos escandalizarnos, ni montar en cólera,….si actuamos así nos cerraran las puertas, ¡se acaba la confianza!
·       La intimidad de nuestros hijos no se muestra ni se comenta sin su consentimiento, ni a otros hijos, ni al cónyuge, ni al resto del mundo mundial… lo contrario provocará que cierre la espita. Como dice Milán Kundera, “la persona que pierde su intimidad lo pierde todo”
·        Hay que administrar bien los elogios, desde pequeños, porque vamos a necesitar conocer con objetividad nuestros defectos y nuestras virtudes. Muchos padres tildan a sus hijos de genios cuando son mediocres, de generosos cuando son egoístas y al revés,…así es difícil construir algo
·       Las comparaciones son odiosas y más si se hacen en público. El beneficiado se siente ruborizado si está presente, el perjudicado se siente humillado y no querido de forma incondicional, que es como se quiere en el ámbito familiar.
·       Cuando hay que modificar comportamientos no se aprovecha para hacer juicios de la persona. Si mi hijo trae malas notas no  le digo que es un vago, inútil y no sé cuantos calificativos más…, mejor hablo del problema y de la forma de solucionarlo. Si algo nos duele lo decimos pero no descalificamos.
·       Si eres coherente, sencillo, sabes comprender y disculpar, toleras opiniones distintas, no manipulas, eres trabajador y responsable…., resumiendo, TIENES PRESTIGIO  frente a tus hijos, entonces la comunicación y el diálogo siempre es más fácil. Es difícil escuchar a la persona vengativa, altiva, negativa, que va intentando inocular su rencor a los demás, que solo tolera a los que piensan como él hasta en los detalles más nimios, que se pone como ejemplo de todo, que miente y manipula,  que es un vago, que no pide perdón…., etc.
José Antonio de la Hoz

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